Página 235 - En los Lugares Celestiales (1968)

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La senda del sacrificio, 6 de agosto
Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí
mismo, tome su cruz cada día, y sígame.
Lucas 9:23
.
Cristo declara que como él vivió así debemos vivir nosotros... Sus
huellas [nos] encaminan a lo largo de la senda del sacrificio. A medida
que vivimos vienen hacia nosotros muchas oportunidades para servir. A
todo nuestro rededor hay puertas abiertas para el servicio. Con el uso
correcto del don del habla podemos hacer mucho por el Maestro. Las
palabras son un poder para el bien cuando ellas están colmadas con la
benevolencia y simpatía de Cristo. Dinero, influencia, tacto, tiempo y
fuerza, todos éstos son dones confiados a nosotros para hacernos más
útiles a los que nos rodean y para que honremos más a nuestro Creador.
Muchos sienten que sería un privilegio visitar [los lugares donde
se desarrollaron] las escenas de la vida de Cristo en la tierra, caminar
por donde él anduvo, contemplar el lago donde le gustaba enseñar, y los
valles y colinas donde a menudo descansó su vista. Pero no necesitamos
ir a Palestina para caminar en las huellas de Jesús. Encontraremos sus
pisadas al lado de la cama del doliente, en las chozas de los pobres, en
las atestadas callejuelas de la gran ciudad y en todo lugar donde haya
corazones humanos que necesiten consuelo.—
The Review and Herald,
29 de febrero de 1912
.
Así como rastreamos el curso de una corriente de agua por la huella
de viviente verdor que produce, así también Cristo podía ser visto en
los actos de misericordia que marcaron su senda a cada paso. Doquiera
iba, la salud brotaba y la felicidad seguía por donde quiera que pasaba.
El ciego y el sordo se regocijaban en su presencia. El rostro de Cristo
era lo primero que muchos ojos contemplaban, sus palabras lo primero
que jamás había resonado en sus oídos. Sus palabras para el ignorante
le abrían a éste la fuente de la vida... El dispensaba sus bendiciones en
forma constante y abundante. Ellos eran los almacenados tesoros de la
eternidad, los ricos dones del Señor para el hombre.—
The Review and
Herald, 25 de abril de 1912
.
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