Página 259 - En los Lugares Celestiales (1968)

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El legado de paz de Cristo, 30 de agosto
La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da.
No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.
Juan 14:27
.
Antes de que nuestro Señor fuera a la agonía de la cruz, hizo su
testamento. No tenía plata u oro o casas que dejar a sus discípulos. Era
un hombre pobre en cuanto a posesiones terrenales se refiere. Pocos en
Jerusalén eran tan pobres como él. Pero dejó a sus discípulos una dádiva
más rica que la que cualquier monarca terrenal podría conceder a sus
súbditos. “La paz os dejo, mi paz os doy”, dijo... Les dejó la paz que
había sido suya durante su vida en la tierra, la que había estado con él en
medio de su pobreza, maltratos y persecuciones, y que debía estar con él
durante su agonía en el Getsemaní y en la despiadada cruz.
La vida del Salvador en esta tierra, pese a haber sido vivida en medio
de conflictos, fue una vida de paz... Ninguna tormenta de la ira satánica
pudo alterar la calma de aquella perfecta comunión con Dios. Y nos dice:
“Mi paz os doy”.
Aquellos que aceptan la palabra de Cristo y confían sus almas a su
cuidado y sus vidas a su ordenación, encontrarán paz y quietud. Nada
en el mundo podrá ponerlos tristes siendo que Jesús les da gozo con su
presencia. En la perfecta conformidad hay perfecto descanso. El Señor
dice: “Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti
persevera; porque en ti ha confiado”.
Isaías 26:3
.
Es el amor al yo el que destruye la paz. Mientras el yo está vivo,
permanecemos continuamente listos para guardarlo de mortificación e
insulto. Pero cuando el yo está muerto y nuestra vida [está] oculta con
Cristo en Dios no nos dejaremos afectar por descuidos o menosprecios...
Cuando recibimos a Cristo en el alma como un huésped permanente,
la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará nuestros
corazones y mentes. No hay otro fundamento de paz sino éste. La gracia
de Cristo, recibida dentro del corazón, domina a la enemistad, apacigua
la contienda y llena el alma con amor.—
The Watchman, 7-4-1908
.
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