Página 28 - En los Lugares Celestiales (1968)

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Cooperación con el cielo, 21 de enero
Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es
el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su
buena voluntad.
Filipenses 2:12, 13
.
El hombre, en la obra de salvar el alma, depende plenamente de Dios.
Por sí mismo, no puede dar un solo paso hacia Cristo a menos que lo
atraiga el Espíritu de Dios, y esa atracción es permanente y continuará
hasta que el hombre afrente al Espíritu Santo por su rechazo persistente...
Constantemente el Espíritu está mostrando al alma vistazos de las
cosas de Dios, y entonces una Presencia divina parece cernirse de cerca,
y si responde la mente, si se abre la puerta del corazón, Jesús mora con
el agente humano...
El Espíritu de Dios no tiene el propósito de hacer nuestra parte, ya sea
en el querer o en el hacer... Tan pronto como inclinamos nuestra voluntad
para que armonice con la voluntad de Dios, la gracia de Cristo está
lista para cooperar con el instrumento humano; pero no será el sustituto
que haga nuestra obra independientemente de nuestra resolución y de
nuestra acción decidida. Por lo tanto, no es la abundancia de luz ni de
una evidencia acumulada sobre otra lo que convertirá el alma. Es tan
sólo el agente humano que acepta la luz, que despierta las energías de
la voluntad, comprendiendo y reconociendo que lo que sabe es justicia
y verdad, y que coopera así con los agentes celestiales establecidos por
Dios para la salvación del alma...
No obedezcáis la voz del engañador, que está en armonía con la
voluntad no santificada, sino obedeced el impulso que Dios ha dado...
Todo está en juego. ¿Cooperará en “el querer como el hacer” el agente
humano con el divino? Si el hombre coloca su voluntad del lado de
Dios, rindiendo plenamente el yo a la voluntad de Dios, el elevado y
santo esfuerzo del agente humano derriba la obstrucción que él mismo
ha erigido, los escombros son barridos de la puerta del corazón, se
quebranta la oposición obstinada que obstruye el alma. Se abre la puerta
del corazón, y entra Jesús para morar como un huésped bienvenido.—
Carta 135, 1898
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