En las manos del alfarero, 22 de enero
Ahora pues, Jehová, tú eres nuestro padre; nosotros barro, y tú el
que nos formaste; así que obra de tus manos somos todos nosotros.
Isaías 64:8
.
En su Palabra, Dios se compara a sí mismo con un alfarero y a su
pueblo con barro. La obra de él es la de modelarnos y formarnos a su
semejanza. La lección que debemos aprender es una lección de sumisión.
No ha de resaltar el yo. Si se da la debida atención a la instrucción divina,
si el yo se somete a la voluntad divina, la mano del Alfarero producirá
un vaso simétrico.—
The S.D.A. Bible Commentary 4:1154
.
La excelencia de una genuina relación con Cristo proviene de la
obediencia a las palabras: “Tomad mi yugo sobre vosotros, y aprended
de mí ...” El obrero que ha experimentado esto tiene un intenso anhe-
lo de conocer la plenitud del amor que sobrepuja todo conocimiento.
Constantemente aumenta su capacidad para disfrutar del amor de Dios.
Aprendiendo diariamente en la escuela de Cristo, tiene una capacidad
que constantemente aumenta para captar el significado de las sublimes
verdades que son tan abarcantes como la eternidad...
Comprende que él es un material con el cual está obrando Dios y que
debe ser pasivo en las manos del Maestro...
Si busca al Señor con humildad y confianza, cada prueba resultará
para su bien. A veces le parecerá que fracasa, pero su supuesto fracaso
para alcanzar el lugar donde esperaba estar puede ser el camino de Dios
para hacerle avanzar. Piensa que ha fracasado, pero su supuesto fracaso
significa un mejor conocimiento de sí mismo y una confianza más firme
en Dios... Quizá cometa errores, pero aprende a no repetir esos errores...
El Señor desea que seamos mansos, humildes y contritos, y que sin
embargo estemos llenos con la seguridad que proviene de un conocimien-
to de la voluntad de Dios. “No nos ha dado Dios espíritu de cobardía,
sino de poder, de amor y de dominio propio... Quien nos salvó y llamó
con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el
propósito suyo y la gracia”.—
Manuscrito 121, 1902
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