Para la gloria de Dios, 15 de noviembre
Para que el nombre de nuestro Señor Jesucristo sea glorificado en
vosotros, y vosotros en él, por la gracia de nuestro Dios y del Señor
Jesucristo.
2 Tesalonicenses 1:12
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Nuestro deber es que seamos muy celosos de la gloria de Dios
y no demos a entender, por lo sombrío de nuestro semblante o por
palabras inconvenientes, que los requerimientos de Dios constituyen
una restricción de nuestra libertad. El ser entero tiene el privilegio de
presentar un decidido testimonio en cada aspecto—en las facciones, en
el temperamento, en las palabras, en el carácter—de que el servicio del
Señor es bueno.
Dios ama al pueblo que guarda sus mandamientos, porque mediante
su obediencia honra su santo nombre, testificando de su amor por él...
Nuestra fe y la intensidad de nuestro celo debieran estar en proporción a
la gran luz que brilla sobre nuestra senda. La fe, la fe humilde y confiada
en Dios, en nuestros hogares, en nuestro vecindario, en nuestras iglesias
se revelará a sí misma. La obra del Espíritu Santo no será, no podrá ser
estorbada. Dios se complace en revelarse a su pueblo como un padre,
como un Dios en quien puede confiar implícitamente...
Cuando los agricultores quieren recomendar o exhibir sus productos,
no reúnen los especímenes más pobres sino los mejores. Las mujeres
se esmeran por preparar el más excelente pan de manteca, moldeado y
estampado con primor. Los hombres traen lo mejor de la producción de
verduras de toda clase. Se traen los frutos mejores y más atractivos y su
aspecto enorgullece a los hábiles trabajadores. La variedad de frutas—
manzanas, duraznos, damascos, naranjas, limones, ciruelas—resulta muy
atractiva... Nadie trae los ejemplares más defectuosos sino lo más selecto
que la tierra puede producir. ¿Y por qué los cristianos que viven en estos
últimos días no habrían de revelar los frutos más atractivos en acciones
abnegadas? ... Sus palabras, su conducta, su vestimenta debieran llevar
fruto de la mejor calidad.—
Manuscrito 70, 1897
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