¡Maravillosa humillación! 3 de febrero
Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por
amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con
su pobreza fueseis enriquecidos.
2 Corintios 8:9
.
Visitamos los antiguos palacios reales de Francia... Pensé en los
reyes que una vez cruzaran por esos grandes atrios y adornaran esas
galerías. ¿Dónde está ahora su grandeza humana? ...
Luego recordamos a Jesús que vino a nuestro mundo con sus bendi-
tos propósitos de amor, despojándose a sí mismo de su ropaje real, su
corona, y descendió del trono real vistiendo su divinidad con humanidad
... para transformarse en varón de dolores, experimentado en quebrantos.
Lo vemos entre los pobres, bendiciendo a los afligidos, sanando a los
enfermos, ... alcanzando con su divina piedad hasta las mismas profun-
didades de la miseria humana. Aun se compadeció de las tristezas y
necesidades de los niñitos...
Ángeles han sido enviados como mensajeros de misericordia a los
angustiados, a los dolientes. Estos ángeles ... están cumpliendo misiones
de amor, cuidado y misericordia para los dolientes de la humanidad.
Pero hay un cuadro de humillación mayor que éste: el Señor, el Hijo del
Padre Infinito, ... el Príncipe de los reyes de la tierra, el que nos amó, el
que nos lavó de nuestros pecados en su propia sangre...
¿Qué es la obra de los ángeles comparada con la humillación de
Cristo? Su trono es desde la eternidad. El levantó cada arco y cada
columna del gran templo de la naturaleza. Contempladlo, el principio de
la creación de Dios, el que cuenta los astros, el que creó los mundos—
entre los cuales esta tierra no es más que una manchita ... Las naciones
delante de él no son más que “la gota de agua que cae del cubo, y como
menudo polvo en las balanzas” ... Contemplad al Señor, al glorioso
Redentor, como un habitante más del mundo que creara, y sin embargo
desconocido por los mismos a quienes manifestó tan grande interés para
bendecirlos y salvarlos...
¡Qué condescendencia hacia los hombres caídos de la tierra! ¡Qué
maravilloso amor!—
Manuscrito 75, 1886
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