Página 116 - El Evangelismo (1994)

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El Evangelismo
no hace. La obra mejor y más noble es la que se realiza por una
conducta justa y honrada.—
Carta 232, 1899
.
Cristo no fue llamado profesor
—No es el tratar de subir hasta
la eminencia lo que os hará grandes a la vista de Dios, sino que es
la vida humilde llena de bondad, mansedumbre, fidelidad y pureza,
lo que os convertirá en el objeto del cuidado especial de los ángeles
celestiales. El Hombre modelo, que no consideró usurpación ser
igual a Dios, tomó sobre sí nuestra naturaleza y vivió cerca de treinta
años en un oscuro pueblo de Galilea, oculto entre las colinas. Toda
la hueste angelical estaba a sus órdenes; sin embargo, no pretendió
ser algo grande o exaltado. El no se adjudicó el título de “profesor”
para agradarse a sí mismo. Era un carpintero, que trabajaba a sueldo,
un siervo de aquellos para quienes trabajaba.—
Carta 1, 1880
.
Cristo reprobó su vanidad
—También reprendió la vanidad ma-
nifestada al codiciar el título de rabino o maestro. Declaró que este
título no pertenecía a los hombres, sino a Cristo. Los sacerdotes,
escribas, gobernantes, expositores y administradores de la ley, eran
todos hermanos, hijos de un mismo Padre. Jesús enseñó enfática-
mente a la gente que no debía dar a ningún hombre un título de
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honor que indicase su dominio de la conciencia y la fe.
Si Cristo estuviese en la tierra hoy rodeado por aquellos que
llevan el título de “reverendo” o “reverendísimo”, ¿no repetiría su
aserto: “Ni seáis llamados maestros; porque uno es vuestro Maestro,
el Cristo?” La Escritura declara acerca de Dios: “Santo y terrible
[reverendo, en inglés] es su nombre”. ¿A qué ser humano cuadra un
título tal?—
El Deseado de Todas las Gentes, 565 (1898)
.
No tenemos derecho al título de “reverendo”
—No deben re-
bajarse las normas en cuanto a lo que constituye la verdadera edu-
cación. Deben elevarse muy por encima de donde ahora están. No
son los hombres aquellos a quienes hemos de exaltar y adorar; es a
Dios, el único Dios verdadero y viviente, a quien debemos nuestro
culto y reverencia.
De acuerdo con las enseñanzas de las Escrituras, desagrada a
Dios que nos dirijamos a los ministros como “reverendos”. Ningún
mortal tiene derecho alguno a adjudicarse este título a sí mismo
o adjudicarlo a cualquier otro ser humano. Pertenece solamente a
Dios, para distinguirlo de todo otro ser. Aquellos que reclaman este
título se arrogan el santo honor de Dios. No tienen derecho a la