Página 146 - El Evangelismo (1994)

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El Evangelismo
de que aquellos que escuchan, hagan una obra sólida, verdadera,
sana, genuina, que perdure por la eternidad. No tenemos hambre
de excitación, de sensacionalismo; cuanto menos tengamos de esto,
tanto mejor. El razonamiento tranquilo y fervoroso a base de las
Escrituras, es precioso y fructífero. Aquí está el secreto del éxito,
en la predicación de un Salvador, vivo, personal, de una manera tan
sencilla y ferviente que la gente pueda posesionarse por la fe del
poder de la Palabra de vida.—
Carta 102, 1894
.
Presentad las evidencias de la verdad
—No puede esperarse
que la gente vea en seguida las ventajas de la verdad sobre el error
que han acariciado. La mejor manera de exponer la falacia del error
es presentar las evidencias de la verdad. Este es el más grande
reproche que puede hacerse contra el error. Despejad las nubes de
tinieblas que descansan sobre las mentes, reflejando la brillante luz
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del Sol de justicia.—
Pacific Union Recorder, 23 de octubre de 1902
.
Obtened la confianza de la gente
—Los que trabajan por Cristo
han de ser hombres y mujeres de gran discreción, de manera que los
que no comprenden sus doctrinas se sientan inducidos a respetarlos y
considerarlos como personas desprovistas de fanatismo, desprovistas
de tosquedad e impetuosidad. Sus discursos y conducta, así como sus
conversaciones, deben ser de tal naturaleza que guíen a los hombres a
la conclusión de que estos pastores son hombres de pensamiento, de
solidez de carácter, hombres que temen y aman a su Padre celestial.
Deben obtener la confianza de la gente, de manera que los que
escuchen la predicación, sepan que los ministros no han venido con
alguna fábula por arte compuesta, sino que sus palabras son palabras
de valor, un testimonio que exige meditación y atención. Que la
gente os vea exaltando a Jesús, y ocultando el yo.—
The Review and
Herald, 26 de abril de 1892
.
Ningún razonamiento largo, rebuscado y complicado
Cristo difícilmente intentó alguna vez probar que la verdad era
verdad. Ilustraba la verdad en todas sus enseñanzas, y entonces de-
jaba a sus oyentes en libertad para aceptarla o rechazarla, según su
elección. No forzaba a nadie a creer. En el sermón del monte instru-
vó a la gente en la piedad práctica, bosquejando en forma específica
su deber. Hablaba de tal manera que recomendaba la verdad a la
conciencia. El poder manifestado por los discípulos era revelado en
la claridad y el fervor con que expresaban la verdad.