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El Evangelismo
de un carácter diferente, aun cuando hubieran importado un mayor
despliege de medios, habrían tenido mucho mejores resultados.—
Carta 14, 1887
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Deponed la armadura de combate
—Algunos ministros, cuan-
do encuentran a incrédulos que tienen prejuicios contra nuestros
conceptos acerca de la no inmortalidad del alma fuera de Cristo, se
sienten impulsados a dar un discurso acerca del tema. Los oyentes
no están de ninguna manera preparados para recibir esto, y ese pro-
cedimiento consigue aumentar su prejuicio y excitar su oposición.
En esta forma se pierden las buenas impresiones que habrían podido
realizarse si el obrero hubiese tenido una conducta adecuada. Los
oyentes son confirmados en su incredulidad. Habría sido posible
ganar los corazones, pero el ministro se había puesto la armadura de
combate. Se les dio comida sólida y como resultado las almas que
habrían podido ganarse fueron alejadas más aún de lo que estaban.
Hay que deponer la armadura de combate, el espíritu combativo.
Si actuamos en la forma como Cristo actuó, podremos alcanzar a los
hombres donde están.—
Manuscrito 104, 1898
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La correcta comprensión es indispensable
—La correcta com-
prensión de lo que dicen las Escrituras concerniente al estado de los
muertos es esencial para este tiempo. La Palabra de Dios declara
que los muertos nada saben, su odio y su amor han desaparecido.
Debemos apoyar nuestra autoridad en la segura palabra profética. A
menos que estemos versados en las Escrituras correremos el riesgo
de ser engañados por el tremendo poder de Satanás capaz de obrar
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milagros, cuando éste se manifieste en nuestro mundo, y de atribuir
sus obras a Dios; porque la Palabra de Dios declara que, si fuere
posible, los mismos escogidos serán engañados. A menos que este-
mos arraigados y fundamentados en la verdad, seremos barridos por
las trampas engañosas de Satanás. Debemos aferrarnos a nuestras
Biblias. Si Satanás puede haceros creer que en la Palabra de Dios
hay cosas que no son inspiradas, entonces estará preparado para
entrampar vuestras almas. Entonces no tendremos seguridad ni certi-
dumbre precisamente en el tiempo cuando necesitaremos saber cuál
es la verdad.—
The Review and Herald, 18 de diciembre de 1888
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