Página 209 - El Evangelismo (1994)

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La predicación de las verdades distintivas
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El mensaje de la mayordomia cristiana
Enseñad a cada converso
—Toda alma convertida ha de saber
lo que Dios exige en cuanto a los diezmos y ofrendas. Todo aquello
de que gozan los hombres lo reciben de la gran hacienda del Señor,
y él se agrada de que sus herederos disfruten de sus bienes; pero él
ha hecho un contrato especial con todos los que sé colocan bajo el
estandarte ensangrentado del Príncipe Emanuel, para que muestren
su dependencia de Dios y su responsabilidad ante él devolviendo a su
tesorería una porción determinada como algo que le pertenece. Esto
ha de invertirse en sostener la obra misionera que debe ser hecha
para que ellos puedan cumplir la comisión que les fuera confiada
por el Hijo de Dios precisamente antes que dejara a sus discípulos.—
Manuscrito 123, 1898
.
Cada uno es un eslabón en la cadena de salvación
—El que
se convierte en hijo de Dios ha de considerarse como eslabón de la
cadena tendida para salvar al mundo. Debe considerarse uno con
Cristo en su plan de misericordia, y salir con él a buscar y salvar a
los perdidos.—
El Ministerio de Curación, 72 (1905)
.
La responsabilidad de los evangelistas
—Es parte de vuestra
obra enseñar a los que traéis a la verdad a dar el diezmo a la tesorería,
como un reconocimiento de su dependencia de Dios. Deben ser
plenamente iluminados con respecto a su deber de devolver al Señor
lo que le pertenece. El mandamiento de pagar el diezmo es tan
sencillo que no hay sombra de excusa por desbedecerlo. Si dejáis de
dar instrucción a los nuevos conversos acerca de este punto, dejáis
sin realizar una parte de las más importantes de vuestra obra.—
Carta
51, 1902
.
La dirección de las nuevas iglesias
—Nunca debe el obrero
que suscita pequeños grupos aquí y allí dar a los recién nacidos a
la fe la impresión de que Dios no requiere de ellos que trabajen
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sistemáticamente en la tarea de ayudar a sostener la causa con su
obra personal y con sus recursos...
A todos se debe enseñar a hacer lo que puedan por el Maestro;
a devolverle según él los prosperó. El pide como deuda justa un
diezmo de sus ingresos, sean grandes o pequeños; y aquellos que
lo retienen, cometen un robo hacia él, y no pueden esperar que su
mano ayudadora esté con ellos. Aun cuando la iglesia se compon-