Página 239 - El Evangelismo (1994)

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Después de un tiempo, algunos de éstos reciben evidencia de su
aceptación por Dios, y entonces son inducidos a identificarse con su
pueblo. Ellos hacen datar su conversión desde este tiempo. Pero se
me ha mostrado que fueron adoptados en la familia de Dios antes de
este tiempo. Dios los aceptó cuando sintieron dolor por el pecado, y
habiendo perdido su deseo por los placeres del mundo, resolvieron
buscar a Dios fervientemente. Pero al no comprender la sencillez
del plan de salvación, perdieron muchos privilegios y bendiciones
que podrían haber reclamado si solamente hubieran creído, cuando
por primera vez se volvieron a Dios, que él los había aceptado.
Otros caen en un error aún más peligroso. Son gobernados por
los impulsos. Sus simpatías se despiertan y consideran esta irrupción
de sentimientos como una evidencia de que son aceptados por Dios
y están convertidos. Pero los principios de su vida no han cambiado.
Las evidencias de una genuina obra de gracia en el corazón han de
fundarse, no en los sentimientos, sino en la vida. “Por sus frutos—
dijo Cristo—los conoceréis”.
Muchas preciosas almas que desean fervorosamente ser cristia-
nas están sin embargo tropezando en la oscuridad, esperando que
sus sentimientos sean poderosamente sacudidos. Tratan de que un
cambio especial ocurra en sus sentimientos. Esperan que alguna
fuerza irresistible sobre la cual no tengan dominio, se posesione de
ellos. Pasan por alto el hecho de que el creyente en Cristo ha de
obrar su salvación con temor y temblor.
El pecador convencido tiene algo que hacer además de arrepen-
tirse; debe obrar su parte para que sea aceptado por Dios. Debe creer
que Dios acepta su arrepentimiento, de acuerdo con su promesa:
“Sin fe es imposible agradar a Dios; porque es menester que el que
a Dios se allega, crea que le hay, y que es galardonador de los que le
buscan”.
La obra de gracia en el corazón no es una obra instantánea.
Se efectúa por una vigilancia continua y cotidiana y creyendo en
las promesas de Dios. A la persona arrepentida y creyente, que
alberga fe y anhela con fervor la gracia renovadora de Cristo, Dios
no la devolverá vacía. Le dará gracia. Y los ángeles ministradores
la ayudarán mientras persevera en sus esfuerzos para avanzar.—
Manuscrito 55, 1910
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