Página 241 - El Evangelismo (1994)

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que convence. Cuando el Señor habla de perdón al alma penitente,
ésta se llena de ardor, de amor a Dios y de fervor y energía, y el
espíritu vivificador que ha recibido no puede ser reprimido. Cristo
es en él como una fuente de agua que brota para vida eterna. Sus
sentimientos de amor son tan profundos y ardientes cuanto profunda
era su aflicción y agonía. Su alma es como la fuente profunda de la
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que brota su agradecimiento y su alabanza, su gratitud y su gozo,
hasta que las arpas celestiales resuenan con acordes de júbilo. Tiene
una historia que contar, pero no en una forma precisa, común ni
metódica. Es un alma rescatada por los méritos de Cristo y todo su
ser ha sido conmovido por la comprensión de la salvación de Dios.
Otras personas son llevadas a Cristo en una forma más apasible.
“El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes
de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del
Espíritu”.
Juan 3:8
. No es posible ver el instrumento que obra, pe-
ro pueden apreciarse sus efectos. Cuando Nicodemo dijo a Jesús:
“¿Cómo puede hacerse esto?” Jesús le contestó: “¿Eres tú maestro
de Israel, y no sabes esto?”
Juan 3:9, 10
. Ahí estaba un maestro de
Israel, un hombre destacado entre los sabios, un hombre que suponía
ser capaz de comprender la ciencia de la religión y que sin embargo
tropezaba en la doctrina de la conversión. No quería admitir la ver-
dad, porque no podía comprender todo lo que se relacionaba con la
forma de obrar del poder de Dios, y sin embargo aceptaba los hechos
de la naturaleza aunque no pudiese explicarlos ni aun comprender-
los. Como otros que han vivido en todos los tiempos consideraba
que las formas y las ceremonias perfectamente predeterminadas eran
más esenciales para la religión que la acción profunda del Espíritu
de Dios.—
The Review and Herald, 5 de mayo de 1896
.
La conversión conduce a la obediencia
—La conversión del
alma humana no es de pequeña consecuencia. Es el mayor milagro
realizado por el poder divino. Los resultados reales se alcanzan al
creer en Cristo como Salvador personal. Purificados por la obedien-
cia a la ley de Dios, santificados por una observancia perfecta de
su santo sábado, confiando, creyendo, esperando pacientemente, y
ocupándonos fervorosamente en nuestra propia salvación, con temor
y temblor, aprenderemos que es Dios el que obra en nosotros así el
querer como el hacer según su beneplácito.—
Manuscrito 6, 1900
.