Página 251 - El Evangelismo (1994)

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Afirmemos el interés
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unido y perseverante podía producir alguna medida de éxito; pero la
gran obra de salvar almas no podía hacerse a un lado porque hubiera
dificultades que vencer. Está escrito, acerca del proceder del Hijo de
Dios, que “no se cansará, ni desmayará”.
Hay una gran obra ante nosotros. La obra que empeña el interés
y la actividad del cielo ha sido confiada a la iglesia de Cristo. Jesús
dijo: “Id por todo el mundo; predicad el Evangelio a toda criatura”.
La obra que debemos realizar en nuestros días encuentra las mismas
dificultades a las cuales Jesús hubo de hacer frente, las mismas que
los reformadores de todos los tiempos han tenido que vencer; y
debemos colocar nuestra voluntad del lado de Cristo, y avanzar con
firme confianza en Dios.—
The Review and Herald, 13 de marzo de
1888
.
El prejuicio rechaza la luz
—Existe en el corazón del hombre
algo que se opone a la verdad y a la justicia... El milagroso poder de
Cristo dio evidencia de que él era el Hijo de Dios. En las ciudades
de Judá se presentó una evidencia agobiadora de la divinidad y
la misión de Cristo... Pero es difícil hacer frente al prejuicio, y le
fue difícil aun a Aquel que era la luz y la verdad, y el prejuicio
que llenaba los corazones de los judíos no les permitía aceptar la
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evidencia dada. Desdeñosamente rechazaron las pretensiones de
Cristo.—
Manuscrito 104, 1898
.
La mejor manera es mantenerse en la afirmativa
—A menu-
do, cuando procuráis presentar la verdad, se despierta oposición;
pero si tratáis de hacer frente a la oposición con argumentos, úni-
camente la multiplicaréis, y no podéis permitiros hacer tal cosa.
Manteneos en la afirmativa. Los ángeles de Dios están observán-
doos, y ellos saben cómo impresionar a aquellos cuya oposición os
rehusáis a contestar con argumentos. No os espaciéis en los puntos
negativos de los asuntos que surgen, antes bien, reunid en vuestra
mente verdades afirmativas, y fijadlas allí por medio de intenso es-
tudio, ferviente oración y sincera consagración. Mantened vuestras
lámparas aderezadas y ardiendo, y permitid que los brillantes rayos
resplandezcan para que los hombres, contemplando vuestras buenas
obras, sean inducidos a glorificar a vuestro Padre que está en los
cielos.
Si Cristo no se hubiera mantenido en la afirmativa en el desierto
de la tentación, habría perdido todo lo que deseaba ganar. El mé-