Página 437 - El Evangelismo (1994)

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La evangelización y la obra médica
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pecaminosas. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha
dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se
pierda, mas tenga vida eterna”.
Pedid a los que asisten a las reuniones que os ayuden en la tarea
que estáis tratando de hacer. Mostradles cómo los malos hábitos
producen como resultado la enfermedad del cuerpo y de la mente, y
miseria indescriptible. El uso de bebidas alcohólicas e intoxicantes
está privando a millares de personas de su razón. Y sin embargo,
la venta de estas bebidas es legal. Decidles que tienen un cielo que
ganar y un infierno del cual huir. Pedidles que firmen la promesa.
La comisión del gran yo soy ha de ser vuestra autoridad. Tened las
promesas preparadas y presentadlas al fin de la reunión.
No debe tratar de hacer esta obra un solo hombre. Unanse varios
en un esfuerzo tal. Preséntense con un mensaje del cielo, imbuidos
con el poder del Espíritu Santo. Avancen con toda su fuerza, con
palabras hechas elocuentes por la eficacia del Espíritu. Pidan a
sus oyentes que colaboren en la obra de amonestar a las ciudades.
Muéstrese a hombres y mujeres el mal que hay en la costumbre de
gastar dinero en complacencias que destruyen la salud de la mente,
el cuerpo y el alma...
El reino de Cristo no se establece con ayuda de la ostentación
ni por la adaptación a las costumbres mundanas, en cambio se es-
tablece por medio de la implantación de la naturaleza de Cristo en
la humanidad mediante la obra del Espíritu Santo. “Mas a todos los
que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de
ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre,
ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”.
Juan 1:12, 13
. Este es el único poder que puede obrar en favor de
la elevación de la humanidad. Y el instrumento humano que debe
usarse para realizar esta obra es la enseñanza y la predicación de la
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Palabra de Dios.—
Manuscrito 42, 1905
.
Un fumador de tabaco que encontró ayuda
—En Australia
conocí a un hombre a quien se consideraba libre de intemperancia, a
no ser por un hábito. Usaba tabaco. Fue a escucharnos a la carpa, y
una noche después de volver a su casa, como después nos dijo, luchó
contra el hábito de usar tabaco y ganó la victoria. Algunos de sus
parientes le habían dicho que le regalarían cincuenta libras esterlinas
si conseguía desprenderse de su tabaco. Pero a pesar de eso no lo