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El Evangelismo
no puede morar en ella, porque ellos apoyan a sus esposas en sus
errores y se los toleran.—
Joyas de los Testimonios 1:38, 39 (1856)
.
Una norma moral elevada
El abandono de los principios es una señal de los tiempos
—
Por doquiera se ven náufragos de la humanidad, altares de familia
destruidos, hogares arruinados. Existe un extraño abandono de los
buenos principios, el nivel de la moralidad se rebaja, y la tierra se está
convirtiendo rápidamente en una gran Sodoma. Las costumbres que
atrajeron el juicio de Dios sobre el mundo antediluviano, y causaron
la destrucción de Sodoma por el fuego, toman rápido incremento.
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Nos estamos acercando al fin, en el cual la tierra será purificada por
el fuego.—
Obreros Evangélicos, 132 (1915)
.
Los pastores son el blanco de Satanás
—Las tentaciones es-
peciales de Satanás se dirigen contra el ministro. El sabe que los
predicadores no son sino humanos, que no poseen gracia o santidad
propias; que los tesoros del Evangelio han sido puestos en vasos
terrenos, a los cuales únicamente el poder divino puede hacer vasos
de honor. El sabe que Dios ordenó que los predicadores sean un
poderoso medio para salvar almas, y que pueden tener éxito en su
obra únicamente en la medida en que permitan a su Padre eterno
regir sus vidas. Por lo tanto, trata con toda sagacidad de inducirlos a
pecar, sabiendo que su cargo hace su pecado tanto más pecaminoso;
porque al cometer el pecado se hacen ministros del mal.—
Obreros
Evangélicos, 130 (1915)
.
Dignidad y sociabilidad equilibradas
—El tema de la pureza y
el comportamiento correcto es digno de ser considerado. Debemos
ponernos en guardia contra los pecados de esta era de degenera-
ción. No desciendan los embajadores de Cristo a conversaciones
triviales, a familiaridades con mujeres, ya sean casadas o solteras.
Conserven su debido lugar con digno decoro, aunque sean al mismo
tiempo sociables, bondadosos y corteses. Deben mantenerse aleja-
dos de cuanto sepa a vulgaridad y familiaridad. Este es un terreno
prohibido, sobre el cual es peligroso asentar los pies. Cada palabra,
cada acto, debe tender a elevar, refinar y ennoblecer. Hay pecado en
ser irreflexivo acerca de tales asuntos.—
Obreros Evangélicos, 131
(1915)
.