Página 19 - Fe y Obras (1984)

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Elena G. de White clarifica los temas
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sentados delante de mí. El enemigo ha enredado de tal manera sus
mentes en la niebla y bruma de la mundanalidad y ésta parece tan
impregnada en su entendimiento que se ha vuelto parte de su fe y
carácter. Solamente una nueva conversión puede transformarlos y
motivarlos a que abandonen estas falsas ideas -porque es precisa-
mente esto lo que se me ha mostrado que son. Se aferran a ellas
como un hombre que se está ahogando lo hace a un salvavidas, para
evitar hundirse y que su fe naufrague.
Cristo me ha dado palabras que hablar: “Deben nacer de nuevo, o
nunca entrarán en el reino de los cielos”. Por consiguiente, todos los
que tienen una correcta comprensión de este tema deberían abando-
nar su espíritu de controversia y buscar al Señor con todo su corazón.
Entonces hallarán a Cristo y podrán dar un carácter distintivo a su
experiencia religiosa. Deberían poner claramente este asunto -la
sencillez de la verdadera piedad- delante de la gente en cada discur-
so. Esto tocará las cuerdas del corazón de toda alma hambrienta y
sedienta que anhela obtener la seguridad de la esperanza y la fe y la
perfecta confianza en Dios mediante nuestro Señor Jesucristo.
Sea hecho claro y manifiesto que no es posible mediante méri-
to de la criatura realizar cosa alguna en favor de nuestra posición
delante de Dios o de la dádiva de Dios por nosotros. Si la fe y las
obras pudieran comprar el don de la salvación, entonces el Creador
estaría obligado ante la criatura. En este punto la falsedad tiene una
oportunidad de ser aceptada como verdad. Si algún hombre puede
merecer la salvación por algo que pueda hacer, entonces está en la
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misma posición del católico que cumple penitencia por sus pecados.
La salvación, en tal caso, es en cierto modo una obligación, que
puede ganarse como un sueldo. Si el hombre no puede, por ningu-
na de sus buenas obras, merecer la salvación, entonces ésta debe
ser enteramente por gracia, recibida por el hombre como pecador
porque acepta y cree en Jesús. Es un don absolutamente gratuito.
La justificación por la fe está más allá de controversias. Y toda esta
controversia termina tan pronto como se establece el punto de que
los méritos de las buenas obras del hombre caído nunca pueden
procurarle la vida eterna.