Página 23 - Fe y Obras (1984)

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Elena G. de White clarifica los temas
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para poder discernir con asombro la absoluta inutilidad del mérito
humano para ganar el galardón de la vida eterna. Pueden poner a los
pies de nuestro Redentor fervor en el trabajo e intenso afecto, reali-
zaciones intelectuales elevadas y nobles, amplitud de entendimiento
y la más profunda humildad; pero no hay una pizca más de gracia y
talento que los que Dios dio al principio. No debe entregarse nada
menos que lo que el deber prescribe, y no puede entregarse un ápice
más que lo que se ha recibido primero; y todo debe ser colocado
sobre el fuego de la justicia de Cristo para purificarlo de su olor
terrenal antes de que se eleve en una nube de incienso fragante al
gran Jehová y sea aceptado como un suave perfume.
Me pregunto, ¿de qué manera puedo exponer este tema con
exactitud? El Señor Jesús imparte todas las facultades, toda la gracia,
toda la contrición, todo buen impulso, todo el perdón de los pecados,
al presentar su justicia para que el hombre la haga suya mediante una
fe viva -la cual también es el don de Dios. Si ustedes reúnen todo lo
que es bueno y santo y noble y amable en el hombre, y entonces lo
presentan ante los ángeles de Dios como si desempeñara una parte
en la salvación del alma humana o como un mérito, la proposición
sería rechazada como una traición. De pie ante la presencia de su
Creador y mirando la insuperable gloria que envuelve su persona,
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contemplan al Cordero de Dios entregado desde la fundación del
mundo a una vida de humillación, para ser rechazado, despreciado
y crucificado por los hombres pecaminosos. ¡Quién puede medir la
infinitud del sacrificio!
Por amor a nosotros Cristo se hizo pobre, para que por su po-
breza pudiéramos ser hechos ricos. Y todas las obras que el hombre
puede rendir a Dios serán mucho menos que nada. Mis súplicas son
aceptas únicamente porque se apoyan en la justicia de Cristo. La
idea de hacer algo para merecer la gracia del perdón es una falacia
del principio al fin. “Señor, en mi mano no traigo valor alguno;
simplemente a tu cruz me aferro”.
Lo que el hombre no puede hacer
No le darán gloria alguna las proezas encomiables que el hombre
pueda realizar. Los hombres han caido en la costumbre de glori-
ficar y exaltar a otros hombres. Me estremezco cuando observo u