Página 29 - Fe y Obras (1984)

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La norma de la verdadera santificación
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murió porque no había ninguna otra esperanza para el transgresor.
Este puede tratar de guardar la ley de Dios en el futuro; pero la
deuda en la que ha incurrido en el pasado permanece, y la ley debe
condenarlo a muerte. Cristo vino a pagar esa deuda por el pecador,
la cual era imposible que éste pagara por sí mismo. Así, mediante el
sacrificio expiatorio de Cristo, le fue concedida al hombre pecador
otra oportunidad.
La sofistería de Satanás
Es sofistería de Satanás la idea de que la muerte de Cristo in-
trodujo la gracia para ocupar el lugar de la ley. La muerte de Jesús
no modificó ni anuló ni menoscabó en el menor grado la ley de los
Diez Mandamientos. Esa preciosa gracia ofrecida a los hombres por
medio de la sangre del Salvador, establece la ley de Dios. Desde la
caída del hombre, el gobierno moral de Dios y su gracia son insepa-
rables. Ambos van de la mano a través de todas las dispensaciones.
“La misericordia y la verdad se encontraron; la justicia y la paz se
besaron”.
Salmos 85:10
.
Jesús, nuestro Sustituto, aceptó cargar por el hombre con la pena-
lidad de la ley transgredida. Cubrió su divinidad con humanidad y de
ese modo llegó a ser el Hijo del Hombre, un Salvador y Redentor. El
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hecho mismo de la muerte del amado Hijo de Dios a fin de redimir al
hombre, muestra la inmutabilidad de la ley divina. ¡Cuán fácilmente,
desde el punto de vista del transgresor, Dios podría haber abolido
su ley, proveyendo así una vía por la cual los hombres pudieran
salvarse y Cristo permanecer en el cielo! La doctrina que enseña
libertad, mediante la gracia, para quebrantar la ley, es un engaño
fatal. Todo transgresor de la ley de Dios es un pecador, y nadie puede
ser santificado mientras vive conscientemente en pecado.
La condescendencia y la agonía del amado Hijo de Dios no fue-
ron soportadas para concederle al hombre libertad para transgredir la
ley del Padre y no obstante sentarse con Cristo en su trono. Fueron
para que mediante los méritos de Jesús, y el ejercicio del arrepenti-
miento y la fe, hasta el pecador más culpable pudiera recibir perdón
y obtener fortaleza para vivir una vida de obediencia. El pecador no
es salvado en sus pecados, sino de sus pecados.