Página 77 - Fe y Obras (1984)

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Obediencia y santificación
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nuestra justicia. Hemos de allegarnos con arrepentimiento y con-
trición, con una desesperada sensación de nuestra propia debilidad
finita, y aprender que debemos acudir diariamente a los méritos de
la sangre de Cristo, a fin de que lleguemos a ser vasos apropiados
para el uso del Maestro.
Mientras así dependemos de Dios no seremos hallados en guerra
contra la verdad, sino que siempre estaremos habilitados para po-
nernos de parte de la justicia. Debemos aferrarnos a la enseñanza
de la Biblia y no seguir las costumbres y tradiciones del mundo, los
dichos y hechos de los hombres.
Cuando surgen errores y son enseñados como verdad bíblica,
los que están conectados con Cristo no confiarán en lo que dice el
ministro, sino que -como los nobles bereanos- escudriñarán cada día
las Escrituras para ver si estas cosas son así. Al descubrir cuál es la
palabra del Señor, se pondrán de parte de la verdad. Oirán la voz del
verdadero Pastor, que dice: “Este es el camino, andad en él”. De esa
manera serán instruidos para hacer de la Biblia su consejero, y no
oirán ni seguirán la voz de un extraño.
Dos lecciones
Si el alma ha de ser purificada y ennoblecida, y hecha idónea
para las cortes celestiales, hay dos lecciones que tienen que ser
aprendidas: abnegación y dominio propio. Algunos aprenden estas
importantes lecciones más fácilmente que otros, porque están forma-
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dos en la sencilla disciplina que el Señor les da con dulzura y amor.
Otros necesitan la lenta disciplina del sufrimiento, para que el fuego
purificador pueda depurar sus corazones de orgullo y autosuficiencia,
de pasión mundanal y amor propio, a fin de que pueda surgir el oro
genuino del carácter y puedan llegar a ser vencedores mediante la
gracia de Cristo.
El amor de Dios fortalecerá el alma, y por la virtud de los méritos
de la sangre de Cristo podemos permanecer incólumes en medio del
fuego de la tentación y las pruebas; pero ninguna otra ayuda puede
tener valor para salvar, sino la de Cristo, nuestra justicia, el cual nos
ha sido hecho sabiduría y santificación y redención.
La verdadera santificación es nada más y nada menos que amar a
Dios con todo el corazón, caminar en sus mandamientos y estatutos