Página 78 - Fe y Obras (1984)

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Fe y Obras
sin mácula. La santificación no es una emoción sino un principio de
origen celestial que pone todas las pasiones y todos los deseos bajo
el control del Espíritu de Dios; y esta obra es realizada por medio de
nuestro Señor y Salvador.
La santificación espuria no lleva a glorificar a Dios, sino que
induce a quienes pretenden poseerla a exaltarse y glorificarse a sí
mismos. Cualquier cosa que sobrevenga en nuestra experiencia,
sea de alegría o de tristeza, que no refleje a Cristo ni lo señale
como su autor, glorificándolo a El y sumergiendo al yo hasta hacerlo
desaparecer de la vista, no es una genuina experiencia cristiana.
Cuando la gracia de Cristo se implanta en el alma mediante
el Espíritu Santo, el que la posee se volverá humilde en espíritu
y procurará asociarse con aquellos cuya conversación versa sobre
temas celestiales. Entonces el Espíritu tomará las cosas de Cristo
y nos las mostrará y glorificará, no al receptor, sino al Dador. Por
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lo tanto, si tú tienes la sagrada paz de Cristo en tu corazón, tus
labios se llenarán de alabanza y gratitud a Dios. Tus oraciones, el
cumplimiento de tu deber, tu benevolencia, tu abnegación, no serán
el tema de tu pensamiento o conversación, sino que magnificarás a
Aquel que se dio a sí mismo por ti cuando aún eras pecador. Dirás:
“Me entrego a Jesús. He hallado a aquel de quien escribió Moisés en
la ley, así como los profetas”. Al alabarlo a El, recibirás una preciosa
bendición, y toda la alabanza y la gloria por lo que es hecho por
medio de ti serán atribuidas a Dios.
Ni turbulento ni ingobernable
La paz de Cristo no es un elemento turbulento e ingobernable
que se manifieste en voces estentóreas y ejercicios corporales. La paz
de Cristo es una paz inteligente, y no induce a quienes la poseen a
llevar las señales del fanatismo y la extravagancia. No es un impulso
errático sino una emanación de Dios.
Cuando el Salvador imparte su paz al alma, el corazón está en
perfecta armonía con la Palabra de Dios, porque el Espíritu y la
Palabra concuerdan. El Señor cumple su Palabra en todas sus re-
laciones con los hombres. Es su propia voluntad, su propia voz,
revelada a los hombres, y El no tiene una nueva voluntad, ni una
nueva verdad, aparte de su Palabra, para manifestar a sus hijos. Si