Página 79 - Fe y Obras (1984)

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Obediencia y santificación
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tienen una maravillosa experiencia que no está en armonía con ex-
presas instrucciones de la Palabra de Dios, bien harían en dudar de
ella, porque su origen no es de lo alto. La paz de Cristo viene por
medio del conocimiento de Jesús, a quien la Biblia revela.
Si la felicidad proviene de fuentes ajenas y no del Manantial
divino, será tan variable como cambiantes son las circunstancias;
pero la paz de Cristo es una paz constante y permanente. No depen-
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de de circunstancia alguna de la vida, ni de la cantidad de bienes
mundanales, ni del número de amigos terrenales. Cristo es la fuente
de aguas vivas, y la felicidad y la paz que provienen de El nunca
faltarán, porque El es un manantial de vida. Los que confían en El
pueden decir: “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pron-
to auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos, aunque la
tierra sea removida, y se traspasen los montes al corazón del mar;
aunque bramen y se turben sus aguas, y tiemblen los montes a causa
de su braveza. Del río sus corrientes alegran la ciudad de Dios, el
santuario de las moradas del Altísimo”.
Salmos 46:1-4
.
Tenemos motivo de incesante gratitud a Dios porque Cristo,
por su perfecta obediencia, reconquistó el cielo que Adán perdió
por su desobediencia. Adán pecó, y los descendientes de Adán
comparten su culpa y las consecuencias; pero Jesús cargó con la
culpa de Adán, y todos los descendientes de Adán que se refugien
en Cristo, el segundo Adán, pueden escapar de la penalidad de la
transgresión. Jesús reconquistó el cielo para el hombre soportando
la prueba que Adán no pudo resistir; porque El obedeció la ley a
la perfección, y todos los que tengan una concepción correcta del
plan de redención comprenderán que no pueden ser salvos mientras
estén transgrediendo los sagrados preceptos de Dios. Deben dejar
de transgredir la ley y deben aferrarse a las promesas de Dios que
están a nuestra disposición por medio de los méritos de Cristo.
No hay que confiar en los hombres
Nuestra fe no debe apoyarse en la capacidad de los hombres sino
en el poder de Dios. Es peligroso confiar en los hombres, aun cuando
puedan haber sido usados como instrumentos de Dios para realizar
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una obra grande y buena. Cristo debe ser nuestra fortaleza y nuestro
refugio. Los mejores hombres pueden desviarse de su rectitud, y la