Página 87 - Fe y Obras (1984)

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La fe y las obras van de la mano
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miento del pecado. Pero, cuando nos observamos a nosotros mismos,
fijemos la mirada en Jesús, quien se dio a sí mismo por nosotros a
fin de redimirnos de toda iniquidad. Mediante la fe apropiémonos de
los méritos de Cristo, y la sangre purificadora del alma será aplicada.
Cuanto más claramente vemos los males y los peligros a los cuales
hemos estado expuestos, más agradecidos hemos de estar por la libe-
ración mediante Cristo. El Evangelio de Cristo no da a los hombres
licencia para transgredir la ley, porque fue a causa de la transgresión
que las compuertas del infortunio se abrieron sobre nuestro mundo.
El pecado es tan maligno hoy como lo era en los días de Adán.
El Evangelio no promete el favor de Dios para nadie que quebrante
impenitentemente su ley. La depravación del corazón humano, la
culpabilidad de la transgresión, la ruindad del pecado, todo es puesto
de manifiesto por medio de la cruz donde Cristo ha aparejado para
nosotros una vía de escape.
Una doctrina llena de engaño
La justificación propia es el peligro de esta era; separa al alma
de Cristo. Los que confían en su propia justicia no pueden entender
cómo la salvación viene por medio de Cristo. Al pecado llaman
justicia, y a la justicia, pecado. No perciben la malignidad de la
transgresión, ni comprenden el terror de la ley; porque no respetan la
norma moral de Dios. La razón por la cual hay tantas conversiones
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espurias en estos días es porque hay una estimación muy baja de la
ley de Dios. En lugar de la norma divina de justicia, los hombres han
erigido un patrón de su propia hechura por el cual miden el carácter.
Ven a través de un vidrio, oscuramente, y presentan ante la gente
ideas falsas acerca de la santificación, estimulando así el egotismo, el
orgullo y la justificación propia. La doctrina de la santificación que
muchos propugnan está llena de engaño, porque es halagadora del
corazón humano; pero lo más bondadoso que se le puede predicar al
pecador es la verdad de los requerimientos obligatorios de la ley de
Dios. La fe y las obras deben ir de la mano; porque la fe sola, sin
obras, es muerta.