Página 90 - Fe y Obras (1984)

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Fe y Obras
manto de la justicia de Cristo mientras practique pecados conocidos,
o descuide deberes conocidos. Dios requiere la entrega completa del
corazón antes de que pueda efectuarse la justificación. Y a fin de
que el hombre retenga la justificación, debe haber una obediencia
continua mediante una fe activa y viviente que obre por el amor y
purifique el alma.
Santiago escribe de Abrahán y dice: “¿No fue justificado por las
obras Abrahán nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre
el altar? ¿No ves que la fe actuó juntamente con sus obras, y que la
fe se perfeccionó por las obras? Y se cumplió la Escritura que dice:
Abrahán creyó a Dios, y le fue contado por justicia, y fue llamado
amigo de Dios. Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado
por las obras, y no solamente por la fe”.
Santiago 2:21-24
. A fin
de que el hombre sea justificado por la fe, la fe debe alcanzar un
punto donde domine los afectos e impulsos del corazón; y mediante
la obediencia, la fe misma es hecha perfecta.
La fe, condición de la promesa
Sin la gracia de Cristo, el pecador está en una condición desvali-
da. No puede hacerse nada por él, pero mediante la gracia divina se
imparte al hombre poder sobrenatural que obra en la mente, el cora-
zón y el carácter. Mediante la comunicación de la gracia de Cristo,
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el pecado es discernido en su aborrecible naturaleza y finalmente
expulsado del templo del alma. Mediante la gracia, somos puestos
en comunión con Cristo para estar asociados con El en la obra de la
salvación. La fe es la condición por la cual Dios ha visto conveniente
prometer perdón a los pecadores; no porque haya virtud alguna en la
fe que haga merecer la salvación, sino porque la fe puede aferrarse a
los méritos de Cristo, el remedio provisto para el pecado. La fe puede
presentar la perfecta obediencia de Cristo en lugar de la transgresión
y la apostasía del pecador. Cuando el pecador cree que Cristo es su
Salvador personal, entonces, de acuerdo con la promesa infalible
de Jesús, Dios le perdona su pecado y lo justifica gratuitamente. El
alma arrepentida comprende que su justificación viene de Cristo que,
como su Sustituto y Garante, ha muerto por ella, y es su expiación y
justificación.