Página 101 - Los Hechos de los Ap

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Un investigador de la verdad
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de la puerta de la casa en que posaba. Entonces el Espíritu le dijo:
“He aquí, tres hombres te buscan. Levántate, pues, y desciende, y no
dudes ir con ellos; porque yo los he enviado.”
Para Pedro esa orden era penosa, y debía hacer violencia a su
voluntad a cada paso que daba mientras emprendía el deber que se le
imponía; pero no se atrevía a desobedecer. Así que, “descendiendo
a los hombres que eran enviados por Cornelio, dijo: He aquí, yo soy
el que buscáis: ¿cuál es la causa por la que habéis venido?” Ellos
le refirieron su singular misión, diciendo: “Cornelio, el centurión,
varón justo y temeroso de Dios, y que tiene testimonio de toda la
nación de los Judíos, ha recibido respuesta por un santo ángel, de
hacerte venir a su casa, y oír de ti palabras.”
En obediencia a las indicaciones que acababa de recibir de Dios,
el apóstol prometió ir con ellos. A la mañana siguiente salió para
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Cesarea acompañado de seis de sus hermanos. Estos habían de
ser testigos de todo lo que dijera o hiciera mientras visitaba a los
gentiles; porque Pedro sabía que sería llamado a dar cuenta de tan
directa violación de las enseñanzas judaicas.
Al entrar Pedro en la casa del gentil, Cornelio no lo saludó
como a un visitante común, sino como a un ser honrado del Cielo
y enviado a él por Dios. Es costumbre oriental postrarse ante un
príncipe u otro alto dignatario, y que los niños se inclinen ante sus
padres; pero Cornelio, embargado por la reverencia hacia el que Dios
le había enviado para enseñarle, cayó en adoración a los pies del
apóstol. Pedro se quedó horrorizado, y levantó al centurión, diciendo:
“Levántate; yo mismo también soy hombre.”
Mientras los mensajeros de Cornelio se hallaban cumpliendo su
misión, el centurión “los estaba esperando, habiendo llamado a sus
parientes y los amigos más familiares,” para que juntamente con él
pudiesen oír la predicación del Evangelio. Cuando Pedro llegó, halló
a una gran compañía que aguardaba ansiosa de oír sus palabras.
Pedro habló primero a los congregados de la costumbre de los ju-
díos, diciendo que ellos tenían por ilícito el trato social con gentiles,
y que el practicarlo entrañaba contaminación ceremonial. “Vosotros
sabéis—dijo—que es abominable a un varón Judío juntarse o llegar-
se a un extranjero, mas me ha mostrado Dios que a ningún hombre
llame común o inmundo; por lo cual, llamado, he venido sin dudar.
Así que pregunto: ¿Por qué causa me habéis hecho venir?”