Página 109 - Los Hechos de los Ap

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Librado de la cárcel
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les contó cómo el Señor le había sacado de la cárcel.” Y Pedro “salió,
y partió a otro lugar.” El gozo y la alabanza llenaron los corazones
de los creyentes, porque Dios había oído y contestado sus oraciones,
y había librado a Pedro de las manos de Herodes.
Por la mañana un gran número de gente se congregó para pre-
senciar la ejecución del apóstol. Herodes envió a algunos oficiales a
la prisión en busca de Pedro, quien había de ser traído con un gran
despliegue de armas y guardias, no sólo a fin de asegurar que no se
fugase, sino para intimidar a los simpatizantes, y mostrar el poder
del rey.
Cuando los guardias que velaban a la puerta descubrieron que
Pedro se había escapado, se llenaron de terror. Se les había dicho
expresamente que sus vidas serían demandadas por la vida de aquel
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a quien cuidaban. Y por eso, habían sido especialmente vigilantes.
Cuando los oficiales llegaron en busca de Pedro, los soldados estaban
todavía a la puerta de la cárcel, los cerrojos y las barras quedaban
firmes, y las cadenas estaban todavía aseguradas a las muñecas de
los dos soldados; pero el preso se había ido.
Cuando tuvo noticia del libramiento de Pedro, Herodes se exas-
peró y enfureció. Acusando de infidelidad a los guardias de la cárcel
ordenó que se les diese muerte. Herodes sabía que ningún poder
humano había rescatado a Pedro, pero estaba resuelto a no reco-
nocer que un poder divino había frustrado su designio, y desafió
insolentemente a Dios.
Poco después que Pedro fuera librado de la cárcel, Herodes fué
a Cesarea. Mientras estaba allí, dió una gran fiesta, con el fin de
suscitar la admiración y conquistar el aplauso del pueblo. A esta
fiesta asistieron los amantes de placeres de muchos lugares, y se
banqueteó mucho y se bebió mucho vino. Con gran pompa y cere-
monia se presentó Herodes ante el pueblo, y se dirigió a él en un
elocuente discurso. Vestido con un manto resplandeciente de plata y
oro, que reflejaba los rayos del sol en sus relumbrantes pliegues y
deslumbraba los ojos de los espectadores, era de imponente figura.
La majestad de su aspecto y la fuerza de sus palabras bien escogidas
ejercieron poderoso influjo sobre la asamblea. Sus sentidos estaban
ya pervertidos por la gula y el vino, y se quedaron deslumbrados
por los atavíos de Herodes y encantados por su porte y oratoria;
de manera que con frenético entusiasmo le tributaron adulación,