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Los Hechos de los Apóstoles
para la cual los he llamado.” Antes de ser enviados como misioneros
al mundo pagano, estos apóstoles fueron dedicados solemnemente a
Dios con ayuno y oración por la imposición de las manos. Así fueron
autorizados por la iglesia, no solamente para enseñar la verdad, sino
para cumplir el rito del bautismo, y para organizar iglesias, siendo
investidos con plena autoridad eclesiástica.
La iglesia cristiana estaba entrando entonces en una era impor-
tante. La obra de proclamar el mensaje evangélico a los gentiles
había de proseguirse ahora con vigor; y como resultado la iglesia iba
a ser fortalecida por una gran cosecha de almas. Los apóstoles que
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habían sido designados para dirigir esta obra iban a exponerse a la
suspicacia, los prejuicios y los celos. Sus enseñanzas concernientes
al derribamiento de “la pared intermedia de separación” (
Efesios
2:14
), que tanto tiempo había separado al mundo judío del gentil,
iba a hacerlos objeto naturalmente de la acusación de herejía; y su
autoridad como ministros del Evangelio iba a ser puesta en duda por
muchos celosos creyentes judíos. Dios previó las dificultades que
sus siervos estarían llamados a afrontar; y a fin de que su trabajo
pudiera estar por encima de toda crítica, indicó a la iglesia por reve-
lación que se los apartara públicamente para la obra del ministerio.
Su ordenación fué un reconocimiento público de su elección divina
para llevar a los gentiles las alegres nuevas del Evangelio.
Tanto Pablo como Bernabé habían recibido ya su comisión de
Dios mismo, y la ceremonia de la imposición de las manos no
añadía ninguna gracia o cualidad virtual. Era una forma reconocida
de designación para un cargo señalado, y un reconocimiento de
la autoridad de uno para ese cargo. Por ella se colocaba el sello
de la iglesia sobre la obra de Dios. Para los judíos, esta forma era
significativa. Cuando un padre judío bendecía a sus hijos, colocaba
sus manos reverentemente sobre su cabeza. Cuando se dedicaba un
animal al sacrificio, uno investido de autoridad sacerdotal colocaba
su mano sobre la cabeza de la víctima. Y cuando los ministros de la
iglesia de Antioquía colocaron sus manos sobre Pablo y Bernabé,
pidieron a Dios, por ese acto, que concediera su bendición a los
apóstoles escogidos, en la devoción de éstos a la obra específica para
la cual habían sido designados.
Ulteriormente, el rito de la ordenación por la imposición de
las manos fué grandemente profanado; se le atribuía al acto una