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Los Hechos de los Apóstoles
Dios ha cumplido a los hijos de ellos, a nosotros, resucitando a Jesús:
como también en el salmo segundo está escrito: Mi hijo eres tú, yo
te he engendrado hoy. Y que le levantó de los muertos para nunca
más volver a corrupción, así lo dijo: Os daré las misericordias fieles
de David. Por eso dice también en otro lugar: No permitirás que tu
Santo vea corrupción. Porque a la verdad David, habiendo servido en
su edad a la voluntad de Dios, durmió, y fué juntado con sus padres,
y vió corrupción. Mas aquel que Dios levantó, no vió corrupción.”
Y luego, habiendo hablado claramente del cumplimiento de pro-
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fecías familiares concernientes al Mesías, Pablo les predicó el arre-
pentimiento y la remisión del pecado por los méritos de Jesús su
Salvador. “Séaos pues notorio—dijo,—que por éste os es anun-
ciada remisión de pecados; y de todo lo que por la ley de Moisés
no pudisteis ser justificados, en éste es justificado todo aquel que
creyere.”
El Espíritu de Dios acompañó las palabras que fueron habladas,
y fueron tocados los corazones. El apóstol apeló a las profecías
del Antiguo Testamento, y su declaración de que éstas se habían
cumplido en el ministerio de Jesús de Nazaret, convenció a muchos,
que anhelaban el advenimiento del Mesías prometido. Y las palabras
de seguridad del orador de que “el evangelio” de la salvación era
para judíos y gentiles por igual, infundió esperanza y gozo a aquellos
que no se contaban entre los hijos de Abrahán según la carne.
“Y saliendo ellos de la sinagoga de los Judíos, los Gentiles
les rogaron que el sábado siguiente les hablasen estas palabras.”
Habiéndose disuelto finalmente la congregación, “muchos de los
Judíos y de los religiosos prosélitos,” que habían aceptado las buenas
nuevas que se les dieron ese día, “siguieron a Pablo y Bernabé; los
cuales hablándoles, les persuadían que permaneciesen en la gracia
de Dios.”
El interés que despertó en Antioquía de Pisidia el discurso de
Pablo, reunió, el sábado siguiente, “casi toda la ciudad a oír la palabra
de Dios. Mas los Judíos, visto el gentío, llenáronse de celo, y se
oponían a lo que Pablo decía, contradiciendo y blasfemando.
“Entonces Pablo y Bernabé, usando de libertad, dijeron: A voso-
tros a la verdad era menester que se os hablase la palabra de Dios;
mas pues que la desecháis, y os juzgáis indignos de la vida eterna,
he aquí, nos volvemos a los Gentiles. Porque así nos ha mandado el