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Los Hechos de los Apóstoles
ejercer así su fe, recibió fuerzas, y el que había sido lisiado “saltó, y
anduvo.”
“Entonces las gentes, visto lo que Pablo había hecho, alzaron la
voz, diciendo en lengua licaónica: Dioses semejantes a hombres han
descendido a nosotros.” Esta declaración estaba de acuerdo con una
tradición suya según la cual los dioses visitaban ocasionalmente la
tierra. A Bernabé le llamaron Júpiter, el padre de los dioses, debido a
su venerable apariencia, su digno porte, y la suavidad y benevolencia
expresadas en su rostro. Creyeron que Pablo era Mercurio, “porque
era el que llevaba la palabra,” fervoroso y activo, y era elocuente en
sus palabras de amonestación y exhortación.
Los listrenses, ansiosos de mostrar su gratitud, persuadieron al
sacerdote de Júpiter que honrara a los apóstoles, y él, “trayendo toros
y guirnaldas delante de las puertas, quería con el pueblo sacrificar.”
Pablo y Bernabé, que habían buscado recogimiento y descanso, no
estaban enterados de los preparativos. Pronto, sin embargo, les llamó
la atención el sonido de la música y el vocerío entusiasta de una gran
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multitud que había venido a la casa donde ellos se alojaban.
Cuando los apóstoles descubrieron la causa de esta visita y su
acompañante excitación, “rotas sus ropas, se lanzaron al gentío, dan-
do voces,” con la esperanza de evitar que siguieran con sus planes.
En voz alta y resonante, que se sobrepuso al vocerío de la gente,
Pablo requirió su atención; y cuando el tumulto cesó repentinamen-
te, dijo: “Varones, ¿por qué hacéis esto? Nosotros también somos
hombres semejantes a vosotros, que os anunciamos que de estas
vanidades os convirtáis al Dios vivo, que hizo el cielo y la tierra, y
la mar, y todo lo que está en ellos: el cual en las edades pasadas ha
dejado a todas las gentes andar en sus caminos; si bien no se dejó a
sí mismo sin testimonio, haciendo bien, dándonos lluvias del cielo
y tiempos fructíferos, hinchiendo de mantenimiento y de alegría
nuestros corazones.”
No obstante la categórica negación de los apóstoles de que ellos
fueran divinos y no obstante los esfuerzos de Pablo por dirigir la
mente de la gente al verdadero Dios como el único objeto digno de
adoración, fué casi imposible disuadir a los paganos de su intención
de ofrecer sacrificio. Habían creído tan firmemente que esos hombres
eran en verdad dioses, y era tan grande su entusiasmo, que estaban