Página 133 - Los Hechos de los Ap

Basic HTML Version

La predicación entre los paganos
129
poco dispuestos a reconocer su error. El relato dice que “apenas
apaciguaron el pueblo.”
Los listrenses razonaban que habían contemplado con sus pro-
pios ojos el milagroso poder ejercido por los apóstoles. Habían visto
regocijarse con perfecta salud y fuerza a un lisiado que nunca antes
había podido caminar. Sólo después de mucha persuasión de parte
de Pablo, y de explicar cuidadosamente su misión y la de Bernabé
como representantes del Dios del cielo y de su Hijo, el gran Sanador,
el pueblo fué persuadido a abandonar su propósito.
Las labores de Pablo y Bernabé en Listra fueron repentinamente
reprimidas por la malicia de “unos Judíos de Antioquía y de Iconio,”
[149]
que, al enterarse del éxito del trabajo de los apóstoles entre los
licaonianos, habían resuelto ir tras ellos y perseguirlos. Al llegar
a Listra, los judíos lograron pronto inspirar a la gente la misma
amargura de espíritu que los dominaba. Por falsedades y calumnias,
aquellos que poco antes habían considerado a Pablo y Bernabé como
seres divinos, quedaron convencidos de que en realidad los apóstoles
eran peores que criminales y eran dignos de muerte.
El chasco que los listrenses habían sufrido al negárseles el privi-
legio de ofrecer sacrificio a los apóstoles los preparó para volverse
contra Pablo y Bernabé con un entusiasmo parecido a aquel con
el cual los habían aclamado como dioses. Incitados por los judíos,
se propusieron atacar a los apóstoles por la fuerza. Los judíos les
encomendaron que no le diesen a Pablo la oportunidad de hablar,
arguyendo que si le concedían ese privilegio, embrujaría al pueblo.
Pronto fueron cumplidos los criminales designios de los enemi-
gos del Evangelio. Entregándose a la influencia del mal, los listrenses
quedaron poseídos de una furia satánica, y echando mano de Pablo,
le apedrearon. El apóstol pensó que su fin había llegado. Recordó
vívidamente el martirio de Esteban, y la cruel parte que él mismo
había desempeñado en aquella ocasión. Cubierto de magulladuras
y desmayando de dolor, cayó al suelo, y la enfurecida multitud, lo
sacó “fuera de la ciudad, pensando que estaba muerto.”
En esa hora de obscuridad y prueba, los creyentes de Listra, que
mediante el ministerio de Pablo y Bernabé se habían convertido a la
fe de Jesús, permanecieron leales y fieles. La irrazonable opposición
y cruel persecución de sus enemigos sirvieron solamente para con-
firmar la fe de estos devotos hermanos; y ahora, frente al peligro y