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Los Hechos de los Apóstoles
profesaran la fe sin renunciar a sus malas prácticas. Los cristianos
judíos no podían tolerar la inmoralidad que no era considerada
criminal por los paganos. Los judíos, por lo tanto, consideraban
muy conveniente que se impusiesen a los conversos gentiles la
circuncisión y la observancia de la ley ceremonial, como prueba de
su sinceridad y devoción. Creían que esto impediría que se añadieran
a la iglesia personas que, adoptando la fe sin la verdadera conversión
del corazón, pudieran después deshonrar la causa por la inmoralidad
y los excesos.
Los diversos puntos envueltos en el arreglo del principal asunto
en disputa parecían presentar ante el concilio dificultades insupera-
bles. Pero en realidad el Espíritu Santo había resuelto ya este asunto,
de cuya decisión parecía depender la prosperidad, si no la existencia
misma, de la iglesia cristiana.
“Habiendo habido grande contienda, levantándose Pedro, les
dijo: Varones hermanos, vosotros sabéis como ya hace algún tiempo
que Dios escogió que los Gentiles oyesen por mi boca la palabra del
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evangelio, y creyesen.” Arguyó que el Espíritu Santo había decidido
el asunto en disputa descendiendo con igual poder sobre los incir-
cuncisos gentiles y los circuncisos judíos. Relató de nuevo su visión,
en la cual Dios le había presentado un lienzo lleno de toda clase de
cuadrúpedos, y le había ordenado que matara y comiese. Cuando
rehusó hacerlo, afirmando que nunca había comido nada común o
inmundo, se le había contestado: “Lo que Dios limpió, no lo llames
tú común.”
Hechos 10:15
.
Pedro relató la sencilla interpretación de estas palabras, que se le
dió casi inmediatamente en la intimación a ir al centurión e instruirlo
en la fe de Cristo. Este mensaje probaba que Dios no hace acepción
de personas, sino que acepta y reconoce a todos los que le temen.
Pedro refirió su asombro cuando, al hablar las palabras de verdad a
esa asamblea reunida en la casa de Cornelio, fué testigo de que el
Espíritu Santo tomó posesión de sus oyentes, tanto gentiles como
judíos. La misma luz y gloria que se reflejó en los circuncisos judíos
brilló también en los rostros de los incircuncisos gentiles. Con esto
Dios advertía a Pedro que no considerase a unos inferiores a otros;
porque la sangre de Cristo podía limpiar de toda inmundicia.
En una ocasión anterior, Pedro había razonado con sus hermanos
concerniente a la conversión de Cornelio y sus amigos, y a su trato