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Los Hechos de los Apóstoles
no debía imponerse a los gentiles, ni aun recomendarse. Santiago
trató de grabar en la mente de sus hermanos el hecho de que, al
convertirse a Dios, los gentiles habían hecho un gran cambio en sus
vidas, y que debía ejercerse mucha prudencia para no molestarlos
con dudosas y confusas cuestiones de menor importancia, no fuera
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que se desanimaran en seguir a Cristo.
Los conversos gentiles, sin embargo, debían abandonar las cos-
tumbres inconsecuentes con los principios del cristianismo. Los
apóstoles y ancianos convinieron por lo tanto en pedir a los gen-
tiles por carta que se abstuvieran de los alimentos ofrecidos a los
ídolos, de fornicación, de lo estrangulado, y de sangre. Debía instár-
selos a guardar los mandamientos, y a vivir una vida santa. Debía
asegurárseles también que los que habían declarado obligatoria la
circuncisión no estaban autorizados por los apóstoles para hacerlo.
Pablo y Bernabé les fueron recomendados como hombres que
habían expuesto sus vidas por el Señor. Judas y Silas fueron enviados
con estos apóstoles para que declarasèn de viva voz a los gentiles la
decisión del concilio: “Ha parecido bien al Espíritu Santo, y a noso-
tros, no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias:
que os abstengáis de cosas sacrificadas a ídolos, y de sangre, y de
ahogado, y de fornicación; de las cuales cosas si os guardareis, bien
haréis.” Los cuatro siervos de Dios fueron enviados a Antioquía con
la epístola y el mensaje que debían poner fin a toda controversia;
porque eran la voz de la más alta autoridad en la tierra.
El concilio que decidió este caso estaba compuesto por los após-
toles y maestros que se habían destacado en levantar iglesias cristia-
nas judías y gentiles, con delegados escogidos de diversos lugares.
Estaban presentes los ancianos de Jerusalén y los diputados de An-
tioquía, y estaban representadas las iglesias de más influencia. El
concilio procedió de acuerdo con los dictados de un juicio iluminado,
y con la dignidad de una iglesia establecida por la voluntad divina.
Como resultado de sus deliberaciones, todos vieron que Dios mismo
había resuelto la cuestión en disputa concediendo a los gentiles el
Espíritu Santo; y comprendieron que a ellos les correspondía seguir
la dirección del Espíritu.
Todo el cuerpo de cristianos no fué llamado a votar sobre el
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asunto. Los “apóstoles y ancianos,” hombres de influencia y juicio,
redactaron y promulgaron el decreto, que fué luego aceptado gene-