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Los Hechos de los Apóstoles
pronunciadas por esta mujer eran un perjuicio para la causa de la
verdad, pues distraían la mente de la gente de las enseñanzas de los
apóstoles. Deshonraban el Evangelio; y por ellas muchos eran indu-
cidos a creer que los hombres que hablaban con el Espíritu y poder
de Dios estaban movidos por el mismo espíritu que esa emisaria de
Satanás.
Durante algún tiempo, los apóstoles soportaron esta oposición;
luego, bajo la inspiración del Espíritu Santo, Pablo ordenó al mal
espíritu que abandonase a la mujer. Su silencio inmediato testificó
de que los apóstoles eran siervos de Dios, y que el demonio los había
reconocido como tales y había obedecido su orden.
Librada del mal espíritu y restaurada a su sano juicio, la mujer
escogió seguir a Cristo. Entonces sus amos se alarmaron por su
negocio. Vieron que toda la esperanza de recibir dinero mediante sus
adivinaciones había terminado, y que su fuente de ingreso pronto
desaparecería completamente si se permitía a los apóstoles continuar
la obra del Evangelio.
Muchos otros de la ciudad tenían interés en ganar dinero me-
diante engaños satánicos; y éstos, temiendo la influencia de un poder
capaz de poner fin tan eficazmente a su trabajo, levantaron un pode-
roso clamor contra los siervos de Dios. Llevaron a los apóstoles ante
los magistrados con la acusación: “Estos hombres, siendo Judíos,
alborotan nuestra ciudad, y predican ritos, los cuales no nos es lícito
recibir ni hacer, pues somos Romanos.”
Movida por un frenesí de excitación, la multitud se levantó contra
los discípulos. El espíritu del populacho prevaleció, y fué sancionado
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por las autoridades, quienes desgarraron los vestidos exteriores de
los apóstoles y ordenaron que fueran azotados. “Y después que
los hubieron herido de muchos azotes, los echaron en la cárcel,
mandando al carcelero que los guardase con diligencia: el cual,
recibido este mandamiento, los metió en la cárcel de más adentro; y
les apretó los pies en el cepo.”
Los apóstoles sufrieron extrema tortura por causa de la penosa
posición en que fueron dejados, pero no murmuraron. En vez de eso,
en la completa obscuridad y desolación de la mazmorra, se animaron
el uno al otro con palabras de oración, y cantaban alabanzas a Dios
por haber sido hallados dignos de sufrir oprobio por su causa. Sus
corazones estaban alentados por un profundo y ferviente amor hacia