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Los Hechos de los Apóstoles
Todos serán juzgados de acuerdo con la luz que se les ha dado.
El Señor envía sus embajadores con un mensaje de salvación, y a
aquellos que lo oyen los hará responsables de la manera en que
tratan las palabras de sus siervos. Los que buscan sinceramente la
verdad harán una investigación cuidadosa, a la luz de la Palabra de
Dios, de las doctrinas que se les presentan.
Los judíos incrédulos de Tesalónica, llenos de celo y odio hacia
los apóstoles, y no conformes con haberlos ahuyentado de su ciudad,
los siguieron a Berea y despertaron contra ellos las pasiones excita-
bles de la clase inferior. Temiendo que se hiciese violencia a Pablo
si permanecía allí, los hermanos le enviaron a Atenas, acompañado
por algunos de los bereanos que acababan de aceptar la fe.
De ciudad en ciudad sufrían persecución los maestros de la
verdad. Los enemigos de Cristo no podían impedir el progreso del
Evangelio; pero sí, lograban dificultar extraordinariamente la obra de
los apóstoles. Con todo, frente a la oposición y a los conflictos, Pablo
avanzaba firmemente, determinado a realizar el propósito de Dios
como se le había revelado en la visión de Jerusalén: “Ve, porque yo
te tengo que enviar lejos a los Gentiles.”
Hechos 22:21
.
La apresurada partida de Pablo de Berea le privó de la oportuni-
dad que pensaba tener de visitar a los hermanos de Tesalónica.
Al llegar a Atenas, el apóstol envió de vuelta a algunos de los
hermanos bereanos para que les dijeran a Silas y Timoteo que se
reuniesen con él inmediatamente. Timoteo había ido a Berea antes
que Pablo partiera, y había quedado con Silas para continuar la obra
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tan bien comenzada allí, y para instruir a los nuevos conversos en
los principios de la fe.
La ciudad de Atenas era la metrópoli del paganismo. Allí Pablo
no se encontró con un populacho ignorante y crédulo como en Listra,
sino con gente famosa por su inteligencia y cultura. Por doquiera se
veían estatuas de sus dioses y de los héroes deificados de la historia
y la poesía, mientras magníficas esculturas y pinturas representaban
la gloria nacional y el culto popular de las deidades paganas. Los
sentidos de la gente se extasiaban con la belleza y el esplendor
del arte. Por doquiera los santuarios y templos, que representaban
gastos incalculables, levantaban sus macizas formas. Las victorias
de las armas y los hechos de hombres célebres eran conmemorados