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Los Hechos de los Apóstoles
y la resurrección,” dijeron: “Parece que es predicador de nuevos
dioses.”
Entre aquellos que se encontraron con Pablo en la plaza, había
“algunos filósofos de los Epicúreos y de los Estoicos;” pero éstos,
y todos los demás que trataron con él, vieron pronto que tenía un
caudal de conocimiento aun mayor que el de ellos. Sus facultades
intelectuales imponían el respeto de los letrados; mientras su fervor,
su lógico razonamiento y el poder de su oratoria llamaban la atención
de todo su auditorio. Sus oyentes reconocieron el hecho de que no
era un novicio, sino un hombre capaz de hacer frente a todas las
clases de argumentos convincentes en defensa de la doctrina que
enseñaba. Así el apóstol permaneció impávido, haciendo frente a
sus opositores en su propio terreno, haciendo frente a la lógica
con la lógica, a la filosofía con la filosofía, a la elocuencia con la
elocuencia.
Sus oponentes paganos le llamaron la atención a la suerte de
Sócrates, quien por haber predicado dioses extraños, había sido
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condenado a muerte; y aconsejaron a Pablo que no arriesgara su
vida de la misma manera. Pero los discursos del apóstol cautivaron
la atención del pueblo, y su sabiduría sin afectación les imponía
respeto y admiración. No fué reducido al silencio por la ciencia o la
ironía de los filósofos; convencidos de que estaba resuelto a cumplir
su cometido entre ellos y, bajo cualquier riesgo, dar su mensaje,
decidieron darle una justa audiencia.
De consiguiente, lo condujeron al Aerópago. Este era uno de los
puntos más sagrados de toda Atenas, y sus recuerdos y asociacio-
nes inducían a considerarlo con supersticiosa reverencia que, en la
mente de algunos, se convertía en terror. Era en este lugar donde los
asuntos relacionados con la religión eran a menudo considerados
cuidadosamente por hombres que actuaban como jueces finales en
todo lo de mayor importancia moral, tanto como en asuntos civiles.
Aquí, lejos del ruido y la bulla de las atestadas vías públicas,
del tumulto de la promiscua discusión, el apóstol podría ser oído
sin interrupción. Se reunieron en derredor de él poetas, artistas y
filósofos—los doctos y sabios de Atenas,—quienes se dirigieron
así a él: “¿Podremos saber qué sea esta nueva doctrina que dices?
Porque pones en nuestros oídos unas nuevas cosas: queremos pues
saber qué quiere ser esto.”