Página 171 - Los Hechos de los Ap

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Berea y Atenas
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En esta hora de solemne responsabilidad, el apóstol estaba sereno
y dueño de sí. Su corazón estaba cargado con un mensaje importante,
y las palabras que brotaron de sus labios convencieron a sus oyentes
de que no era un ocioso palabrero. “Varones Atenienses—dijo—en
todo os veo como más supersticiosos; porque pasando y mirando
vuestros santuarios, hallé también un altar en el cual estaba esta
inscripción: AL DIOS NO CONOCIDO. Aquel pues, que vosotros
honráis sin conocerle, a éste os anunció yo.” Con toda su inteligencia
y conocimiento general, no conocían al Dios que había creado el
universo. Sin embargo, algunos de ellos deseaban tener mayor luz.
Los tales buscaban el Infinito.
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Con la mano extendida hacia el templo cuajado de ídolos, Pablo
derramó la carga de su alma y expuso la falacia de la religión de los
atenienses. Sus más sabios oyentes estaban asombrados al escuchar
su razonamiento. Demostró que estaba familiarizado con sus obras
de arte, su literatura y su religión. Señalando sus estatuas e ídolos,
declaró que Dios no podía ser asemejado con formas de invención
humana. Esas imágenes esculpidas no podían, en el sentido más
débil, representar la gloria de Jehová. Les recordó que las imágenes
no tenían vida, sino que eran manejadas por el poder humano. Se
movían solamente cuando las manos del hombre las movían; por
lo tanto, los que las adoraban eran en todo sentido superiores a los
objetos de adoración.
Pablo dirigió la mente de sus idólatras oyentes más allá de los
límites de su falsa religión a un verdadero concepto de la Deidad,
que habían titulado: “Dios no conocido.” Este Ser, a quien ahora
les declaraba, no dependía del hombre, ni necesitaba que las manos
humanas añadiesen nada a su poder y gloria. La gente se llenó de
admiración por el fervor de Pablo y su lógica exposición de los
atributos del Dios verdadero: su poder creador y la existencia de
su providencia predominante. Con ardiente y férvida elocuencia, el
apóstol declaró: “El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que
en él hay, éste, como sea Señor del cielo y de la tierra, no habita en
templos hechos de manos, ni es honrado con manos de hombres,
necesitado de algo; pues él da a todos vida, y respiración, y todas
las cosas.” Los cielos no eran bastante grandes para contener a Dios,
cuánto menos los templos hechos por manos humanas.