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Los Hechos de los Apóstoles
En aquella época de castas, cuando a menudo no se reconocían
los derechos de los hombres, Pablo presentó la gran verdad de la
fraternidad humana, declarando que Dios “de una sangre ha hecho
todo el linaje de los hombres, para que habitasen sobre toda la faz
de la tierra.” A la vista de Dios, todos son iguales. Cada ser humano
debe suprema lealtad al Creador. Luego el apóstol mostró cómo,
a través de todo el trato de Dios con el hombre, su propósito de
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misericordia y gracia corre como un hilo de oro. El “les ha prefijado
el orden de los tiempos, y los términos de la habitación de ellos;
para que buscasen a Dios, si en alguna manera, palpando, le hallen;
aunque cierto no está lejos de cada uno de nosotros.”
Señalando a los nobles exponentes de la humanidad que le ro-
deaban, con palabras tomadas de un poeta suyo pintó al Dios infinito
como a un Padre cuyos hijos eran. “En él vivimos, y nos movemos,
y somos—declaró;—como también algunos de vuestros poetas di-
jeron: Porque linaje de éste somos también, Siendo pues linaje de
Dios, no hemos de estimar la Divinidad ser semejante a oro, o a
plata, o a piedra, escultura de artificio o de imaginación de hombres.
“Empero Dios, habiendo disimulado los tiempos de esta igno-
rancia, ahora denuncia a todos los hombres en todos los lugares que
se arrepientan.” En los siglos de obscuridad que habían precedido
al advenimiento de Cristo, el Gobernante divino había pasado por
alto la idolatría de los paganos; pero ahora, mediante su Hijo, había
enviado a los hombres la luz de la verdad; y esperaba que todos se
arrepintieran para salvación, no solamente los pobres y humildes,
sino también los orgullosos filósofos y príncipes de la tierra. “Por
cuanto ha establecido un día, en el cual ha de juzgar al mundo con
justicia, por aquel varón al cual determinó; dando fe a todos con
haberle levantado de los muertos.” Al hablar Pablo de la resurrección
de los muertos, “unos se burlaban, y otros decían: Te oiremos acerca
de esto otra vez.”
Así terminaron las labores del apóstol en Atenas, el centro de la
cultura pagana; porque los atenienses, aferrándose insistentemente a
su idolatría, se apartaron de la luz de la religión verdadera. Cuando
un pueblo está plenamente satisfecho con sus propias realizaciones,
poco puede esperarse de él. Aunque se vanagloriaban de su saber
y refinamiento, los atenienses se estaban corrompiendo cada vez