Página 173 - Los Hechos de los Ap

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Berea y Atenas
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más, y contentándose cada vez más con los vagos misterios de la
idolatría.
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Entre los que escucharon las palabras de Pablo había algunos en
cuyas mentes produjeron convicción las verdades presentadas; pero
no quisieron humillarse para reconocer a Dios y aceptar el plan de la
salvación. Ninguna elocuencia de palabras, ni fuerza de argumentos,
puede convertir al pecador. Sólo el poder de Dios puede aplicar la
verdad al corazón. El que se aparta persistentemente de este poder no
puede ser alcanzado. Los griegos buscaban sabiduría; sin embargo,
el mensaje de la cruz era locura para ellos porque estimaban su
propia sabiduría más que la que viene de lo alto.
En su orgullo de intelectual y humana sabiduría puede hallarse la
razón por la cual el mensaje evangélico tuvo comparativamente poco
éxito entre los atenienses. Los sabios según el mundo que acudan a
Cristo como pobres y perdidos pecadores, llegarán a ser sabios para
salvación; pero aquellos que acudan como hombres distinguidos,
enalteciendo su propia sabiduría, no recibirán la luz y conocimiento
que sólo él puede dar.
Así afrontó Pablo el paganismo de sus días. Sus labores en Ate-
nas no fueron totalmente inútiles. Dionisio, uno de los ciudadanos
más eminentes, y algunos otros, aceptaron el mensaje evangélico, y
se unieron plenamente con los creyentes.
La inspiración nos ha dado esta vislumbre de la vida de los ate-
nienses, que, con todo su conocimiento, refinamiento y arte, estaban
sin embargo sumidos en el vicio, para que pudiera verse cómo Dios,
mediante su siervo, reprendió la idolatría y los pecados de un pueblo
orgulloso y confiado en sí mismo. Las palabras del apóstol y la des-
cripción de su actitud y del ambiente que lo rodeaba, como los traza
la pluma inspirada, habían de transmitirse a todas las generaciones
venideras como testimonio de su firme confianza, su valor en la
soledad y adversidad, así como de la victoria ganada en favor del
cristianismo en el mismo corazón del paganismo.
Las palabras de Pablo contienen un tesoro de conocimiento para
la iglesia. Estaba en una posición desde donde hubiera podido fácil-
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mente decir algo que irritara a sus orgullosos oyentes y lo metiera en
dificultad. Si su discurso hubiera sido un ataque directo contra sus
dioses y los grandes hombres de la ciudad, hubiera estado expuesto
a sufrir la suerte de Sócrates. Pero con un tacto nacido del amor