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Los Hechos de los Apóstoles
predicarles, no “con palabras persuasivas de humana sabiduría, mas
con demostración del Espíritu y de poder.”
1 Corintios 2:2, 4
.
Jesús, a quien Pablo estaba por presentar ante los griegos de
Corinto como el Cristo, era un judío de humilde origen, criado
en una ciudad proverbial por su iniquidad. Había sido rechazado
por su propia nación, y crucificado al fin como malhechor. Los
griegos creían que se necesitaba elevar al género humano; pero
consideraban el estudio de la filosofía y la ciencia como el único
medio capaz de lograr la verdadera elevación y honor. ¿Podría Pablo
inducirlos a creer que la fe en el poder de este obscuro judío elevaría
y ennoblecería toda facultad del ser humano?
En el pensamiento de las multitudes que viven hoy la cruz del
Calvario está rodeada de sagrados recuerdos. Se relacionan con las
escenas de la crucifixión sagradas asociaciones. Pero en los días de
Pablo, la cruz se consideraba con sentimientos de repulsión y horror.
El ensalzar como Salvador de la humanidad a uno que había muerto
en la cruz provocaría naturalmente el ridículo y la oposición.
Pablo sabía bien cómo sería considerado su mensaje tanto por
los judíos como por los griegos de Corinto. “Nosotros predicamos a
Cristo crucificado—confesó él,—a los Judíos ciertamente tropeza-
dero, y a los Gentiles locura.”
1 Corintios 1:23
. Entre sus oyentes
judíos había muchos a quienes encolerizaría el mensaje que él es-
taba por proclamar. Y a juicio de los griegos, sus palabras serían
absurda locura. Sería considerado mentalmente débil por tratar de
mostrar cómo la cruz podría tener alguna relación con la elevación
del género humano o la salvación de la humanidad.
Pero para Pablo, la cruz era el único objeto de supremo interés.
Desde que fuera contenido en su carrera de persecución contra los
seguidores del crucificado Nazareno, no había cesado de gloriarse
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en la cruz. En aquel entonces se le había dado una revelación del
infinito amor de Dios, según se revelaba en la muerte de Cristo; y
se había producido en su vida una maravillosa transformación que
había puesto todos sus planes y propósitos en armonía con el cielo.
Desde aquella hora había sido un nuevo hombre en Cristo. Sabía por
experiencia personal que una vez que un pecador contempla el amor
del Padre, como se lo ve en el sacrificio de su Hijo, y se entrega a
la influencia divina, se produce un cambio de corazón, y Cristo es
desde entonces todo en todo.