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Los Hechos de los Apóstoles
otro guía cuyo reino acabaría en la muerte. Se esforzó por presentar
a sus oyentes el hecho de que sólo el arrepentimiento podía salvar
a la nación de la ruina inminente. Reveló la ignorancia de ésta
concerniente al significado de las Escrituras, cuya presunta plena
comprensión constituía su principal jactancia y gloria. Reprendió
su mundanalidad, su amor a la posición social, a los títulos, a la
exhibición, y su desmedido egoísmo.
Con el poder del Espíritu, Pablo relató la historia de su propia
milagrosa conversión, y de su confianza en las Escrituras del Antiguo
Testamento, que se habían cumplido tan plenamente en Jesús de
Nazaret. Habló con solemne fervor, y sus oyentes no pudieron sino
percibir que amaba con todo su corazón al crucificado y resucitado
Salvador. Vieron que su mente se concentraba en Cristo, y que
toda su vida estaba vinculada con su Señor. Tan impresionantes
fueron sus palabras, que solamente aquellos que estaban llenos del
más amargo odio contra la religión cristiana pudieron quedar sin
conmoverse por ellas.
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Pero los judíos de Corinto cerraron sus ojos a la evidencia tan
claramente presentada por el apóstol, y rehusaron escuchar sus lla-
mamientos. El mismo espíritu que los había inducido a rechazar
a Cristo, los llenó de ira y furia contra su siervo, y si Dios no le
hubiera protegido especialmente, para que continuase llevando el
mensaje evangélico a los gentiles, le habrían ultimado.
“Mas contradiciendo y blasfemando ellos, les dijo, sacudiendo
sus vestidos: Vuestra sangre sea sobre vuestra cabeza; yo, limpio;
desde ahora me iré a los Gentiles. Y partiendo de allí, entró en casa
de uno llamado Justo, temeroso de Dios, la casa del cual estaba junto
a la sinagoga.”
Silas y Timoteo “vinieron de Macedonia” para ayudar a Pablo,
y juntos trabajaron por los gentiles. A los paganos, tanto como a
los judíos, Pablo y sus compañeros predicaron a Cristo como el
Salvador de la humanidad caída. Evitando razonamientos compli-
cados y rebuscados, los mensajeros de la cruz se espaciaron en los
atributos del Creador del mundo, supremo Gobernante del universo.
Con corazones rebosantes de amor hacia Dios y su Hijo, invitaron
a los paganos a contemplar el infinito sacrificio hecho en favor del
hombre. Sabían que si aquellos que habían andado mucho tiempo
a tientas en las tinieblas del paganismo pudieran tan sólo ver la luz