Página 179 - Los Hechos de los Ap

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Corinto
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que irradiaba de la cruz del Calvario, serían atraídos al Redentor. “Y
yo, si fuere levantado de la tierra, a todos traeré a mí mismo,” había
declarado el Salvador.
Juan 12:32
.
Los obreros evangélicos de Corinto comprendían los terribles
peligros que amenazaban a las almas de aquellos por quienes tra-
bajaban; y con conciencia de la responsabilidad que descansaba
sobre ellos, presentaban la verdad como es en Jesús. Claro, sencillo
y decidido era su mensaje: sabor de vida para vida, o de muerte
para muerte. Y no sólo en sus palabras, sino en su vida diaria, se
revelaba el Evangelio. Los ángeles cooperaban con ellos, y la gracia
y el poder de Dios se manifestaban en la conversión de muchos.
“Crispo, el prepósito de la sinagoga, creyó al Señor con toda su casa;
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y muchos de los Corintios oyendo creían, y eran bautizados.”
El odio con que los judíos habían considerado siempre a los
apóstoles se intensificó ahora. La conversión y el bautismo de Cris-
po tuvo por efecto exasperar en vez de convencer a estos obstinados
oponentes. No podían presentar argumentos que refutasen la pre-
dicación de Pablo; y por falta de evidencias tales, recurrieron al
engaño y al ataque malicioso. Blasfemaron el Evangelio y el nombre
de Jesús. En su ciega ira, no había para ellos palabras demasiado
amargas ni ardid demasiado bajo. No podían negar que Cristo había
obrado milagros, pero declaraban que los había realizado por el po-
der de Satanás, y afirmaban osadamente que las maravillosas obras
realizadas por Pablo eran hechas por el mismo agente.
Aunque Pablo tuvo cierto grado de éxito en Corinto, la impiedad
que veía y oía en esa corrupta ciudad casi lo descorazonaba. La
depravación que presenciaba entre los gentiles, y el desprecio e
insulto de los judíos, le causaban gran angustia de espíritu. Dudaba
de la prudencia de tratar de edificar una iglesia con el material que
encontraba allí.
Y mientras estaba haciendo planes de dejar la ciudad para ir a
un campo más promisorio, y tratando fervientemente de entender su
deber, el Señor se le apareció en una visión y le dijo: “No temas, sino
habla, y no calles: porque yo estoy contigo, y ninguno te podrá hacer
mal; porque yo tengo mucho pueblo en esta ciudad.” Pablo entendió
que esto era una orden de permanecer en Corinto y una garantía
de que el Señor haría crecer la semilla sembrada. Fortalecido y
animado, continuó trabajando allí con celo y perseverancia.