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Los Hechos de los Apóstoles
sembrar la semilla, y otros debían regarla. Los que le siguieran
debían llevar adelante la obra desde el punto donde él la había
dejado, dando luz y conocimiento espirituales al debido tiempo,
cuando la iglesia fuera capaz de recibirlos.
Cuando el apóstol emprendió su trabajo en Corinto, comprendió
que debía presentar de la manera más cuidadosa las grandes verdades
que deseaba enseñar. Sabía que entre sus oyentes habría orgullosos
creyentes en las teorías humanas y exponentes de los falsos sistemas
de culto, que estaban palpando a ciegas, esperando encontrar en
el libro de la naturaleza teorías que contradijeran la realidad de la
vida espiritual e inmortal revelada en las Escrituras. Sabía también
que habría críticos que se esforzarían por refutar la interpretación
cristiana de la palabra revelada, y que los escépticos tratarían al
Evangelio de Cristo con escarnio y burla.
Mientras se esforzaba por conducir almas al pie de la cruz, Pablo
no se atrevió a reprender directamente a los licenciosos, y a mostrar
cuán horrible era su pecado a la vista de un Dios Santo. Más bien
les presentó el verdadero objeto de la vida, y trató de inculcarles las
lecciones del Maestro divino, que, si eran recibidas, los elevarían de
la mundanalidad y el pecado a la pureza y la justicia. Se explayó
especialmente en la piedad práctica y en la santidad que deben tener
aquellos que serán considerados dignos de un lugar en el reino de
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Dios. Anhelaba ver penetrar la luz del Evangelio de Cristo en las
tinieblas de su mente, para que pudieran ver cuán ofensivas a la vista
de Dios eran sus prácticas inmorales. Por lo tanto, la nota tónica
de su enseñanza entre ellos era Cristo y él crucificado. Trató de
mostrarles que su más ferviente estudio y su mayor gozo debía ser la
maravillosa verdad de la salvación por el arrepentimiento para con
Dios y la fe en el Señor Jesucristo.
El filósofo se aparta de la luz de la salvación, porque ella cubre de
vergüenza sus orgullosas teorías; el mundano rehusa recibirla porque
ella lo separaría de sus ídolos terrenales. Pablo vió que el carácter de
Cristo debía ser entendido antes que los hombres pudieran amarle,
o ver la cruz con los ojos de la fe. Aquí debe comenzar ese estudio
que será la ciencia y el canto de los redimidos por toda la eternidad.
Solamente a la luz de la cruz puede estimarse el valor del alma
humana.