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Los Hechos de los Apóstoles
ayuda a sus hijos, no siempre de acuerdo con el agrado de ellos, sino
según la necesitan; porque los hombres tienen una visión limitada y
no pueden discernir lo que es para su más alto bien. Es muy raro que
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un ministro posea todas las cualidades necesarias para perfeccionar
una iglesia según todos los requerimientos del cristianismo; por lo
tanto, Dios a menudo le envía otros pastores, cada uno de los cuales
posee algunas cualidades de que carecían los otros.
La iglesia ha de aceptar con agradecimiento a estos siervos de
Cristo, tal como aceptaría al Maestro mismo. Ha de tratar de sacar
todos los beneficios posibles de la instrucción que de la Palabra
de Dios le dé cada ministro. Las verdades que los siervos de Dios
presenten han de ser aceptadas y apreciadas con la mansedumbre
propia de la humildad, pero ningún ministro ha de ser idolatrado.
Por la gracia de Cristo, los ministros de Dios son hechos mensaje-
ros de luz y bendición. Cuando por oración ferviente y perseverante
sean dotados por el Espíritu Santo y avancen cargados con la preo-
cupación de la salvación de las almas, con sus corazones llenos
de celo por extender los triunfos de la cruz, verán el fruto de sus
labores. Rehusando resueltamente desplegar sabiduría humana o
exaltarse a sí mismos, realizarán una obra que soportará los asaltos
de Satanás. Muchas almas se volverán de las tinieblas a la luz, y
se establecerán muchas iglesias. Los hombres se convertirán, no al
instrumento humano, sino a Cristo. El yo se mantendrá oculto; sólo
Jesús, el Hombre del Calvario, aparecerá.
Aquellos que trabajan por Cristo hoy día pueden revelar las
mismas excelencias distintivas reveladas por los que en el tiempo
apostólico proclamaron el Evangelio. Dios está tan dispuesto a dar
el poder a sus siervos hoy como estaba dispuesto a darlo a Pablo y
Apolos, a Silas, a Timoteo, a Pedro, a Santiago y Juan.
En el tiempo de los apóstoles había algunas mal inspiradas almas
que pretendían creer en Cristo, pero rehusaban manifestar respeto
a sus embajadores. Declaraban que no seguían al maestro humano,
sino que eran enseñadas directamente por Cristo, sin la ayuda de
los ministros del Evangelio. Eran independientes de espíritu, y no
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estaban dispuestos a someterse a la voz de la iglesia. Tales hombres
estaban en grave peligro de ser engañados.
Dios ha puesto en la iglesia, como sus ayudadores señalados,
hombres de diversos talentos, para que por la sabiduría combinada