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Los Hechos de los Apóstoles
ayudado a negarse a sí mismos por amor a Cristo, antes que gozar
los placeres del pecado.
Después de la partida de Pablo, sin embargo, surgieron condicio-
nes desfavorables; la cizaña que había sido sembrada por el enemigo
apareció entre el trigo, y antes de mucho comenzó a producir su mal
fruto. Ese fué un tiempo de severa prueba para la iglesia de Corinto.
El apóstol no estaba más con ellos, para avivar su celo y ayudarles en
sus esfuerzos por vivir en armonía con Dios; y poco a poco muchos
llegaron a ser descuidados e indiferentes, y permitieron que los gus-
tos y las inclinaciones naturales los dominaran. El que tan a menudo
los había instado a alcanzar altos ideales de pureza y justicia, no
estaba más con ellos; y no pocos de los que, al convertirse, habían
abandonado sus malos hábitos, volvieron a los degradantes pecados
del paganismo.
Pablo había escrito brevemente a la iglesia, y los había amonesta-
do a no asociarse con los miembros que persistieran en la disolución;
pero muchos de los creyentes pervirtieron el significado de las pa-
labras del apóstol, sutilizaron respecto a ellas, y se excusaron por
desatender su instrucción.
La iglesia le envió a Pablo una carta, en la que le pedía consejo
respecto a varios asuntos, pero no decía nada de los graves pecados
que existían entre ellos. Sin embargo, el Espíritu Santo impresionó
fuertemente al apóstol en el sentido de que se le ocultaba la verdadera
condición de la iglesia, y que con esa carta se intentaba arrancarle
declaraciones que los que la habían escrito pudieran interpretar de
modo que sirvieran a sus propósitos personales.
Por entonces llegaron a Efeso algunos miembros de la casa de
Cloé, familia cristiana de excelente reputación en Corinto. Pablo les
preguntó en cuanto al estado de las cosas, y ellos le dijeron que la
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iglesia estaba desgarrada por divisiones. Las disensiones que habían
prevalecido en el tiempo de la visita de Apolos habían aumentado
grandemente. Algunos falsos maestros estaban induciendo a los
miembros a despreciar las instrucciones de Pablo. Las doctrinas
y los ritos del Evangelio habían sido pervertidos. El orgullo, la
idolatría, y la sensualidad estaban creciendo constantemente entre
aquellos que habían sido una vez celosos en la vida cristiana.
Cuando se le presentó este cuadro, Pablo vió que sus peores
temores se realizaban con creces. Pero no por eso dió rienda suelta al