Página 215 - Los Hechos de los Ap

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Amonestación y súplica
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pensamiento de que su trabajo había sido un fracaso. Con “angustia
del corazón” y “con muchas lágrimas,” pidió consejo a Dios. De
buena gana hubiera visitado en seguida a Corinto, si éste hubiera sido
el proceder más sabio. Pero sabía que en la condición en que estaban
entonces, los creyentes no serían beneficiados por sus labores, y por
lo tanto envió a Tito a fin de que preparara el terreno para una visita
suya ulterior. Entonces, dejando de lado todo sentimiento personal
sobre el proceder de aquellos cuya conducta revelaba tan extraña
perversidad, y conservando su alma apoyada en Dios, el apóstol
escribió a la iglesia de Corinto una de las más ricas, más instructivas,
más poderosas de todas sus cartas.
Con notable claridad procedió a contestar las diversas preguntas
que le hizo la iglesia, y a sentar principios generales que, si los
seguían, los conducirían a un plano espiritual más elevado. Ellos
estaban en peligro, y él no podía soportar el pensamiento de que
dejara de alcanzar sus corazones en ese tiempo crítico. Les advirtió
fielmente de sus peligros y los reprendió por sus pecados. Les señaló
de nuevo a Cristo, y trató de despertar nuevamente el fervor de su
primera devoción.
El gran amor del apóstol a los creyentes corintios se reveló en su
tierno saludo a la iglesia. Se refirió a lo que habían experimentado
al volverse de la idolatría al culto y servicio del Dios verdadero.
Les recordó los dones del Espíritu Santo que habían recibido, y les
mostró que era privilegio de ellos progresar continuamente en la vida
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cristiana hasta alcanzar la pureza y la santidad de Cristo. “En todas
las cosas sois enriquecidos en él—escribió,—en toda lengua y en
toda ciencia; así como el testimonio de Cristo ha sido confirmado en
vosotros: de tal manera que nada os falte en ningún don, esperando
la manifestación de nuestro Señor Jesucristo: el cual también os
confirmará hasta el fin, para que seáis sin falta en el día de nuestro
Señor Jesucristo.”
Pablo habló francamente de las disensiones que se habían levan-
tado en la iglesia de Corinto, y exhortó a los miembros a dejar las
contiendas. “Os ruego pues, hermanos—escribió,—por el nombre
de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y
que no haya entre vosotros disensiones, antes seáis perfectamente
unidos en una misma mente y en un mismo parecer.”