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Los Hechos de los Apóstoles
El apóstol se sintió libre para mencionar cómo y por quiénes
había sido informado de las divisiones de la iglesia. “Me ha sido
declarado de vosotros, hermanos míos, por los que son de Cloé, que
hay entre vosotros contiendas.”
Pablo era un apóstol inspirado. Las verdades que enseñara a
otros las había recibido “por revelación;” sin embargo, el Señor
no le revelaba directamente todas las veces la precisa condición
de su pueblo. En esta ocasión, aquellos que tenían interés en la
prosperidad de la iglesia de Corinto, y que habían visto penetrar
males en ella, habían presentado el asunto al apóstol; y en virtud de
las revelaciones anteriormente recibidas, él estaba preparado para
juzgar el carácter de esos fenómenos. No obstante el hecho de que el
Señor no le dió una nueva revelación para esa ocasión especial, los
que estaban buscando realmente la luz aceptaron su mensaje como
expresión del pensamiento de Cristo. El Señor le había mostrado las
dificultades y peligros que se levantarían en las iglesias, y cuando
estos males se desarrollaron, el apóstol reconoció su significado.
Había sido puesto para defender a la iglesia. Había de velar por las
almas como quien debía dar cuenta a Dios; ¿y no era consecuente y
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correcto que hiciera caso de los informes concernientes a la anarquía
y las divisiones entre ellas? Con toda seguridad; y la reprensión que
envió fué tan ciertamente escrita bajo la inspiración del Espíritu de
Dios como cualquiera de sus otras epístolas.
El apóstol no mencionó a los falsos maestros que estaban tra-
tando de destruir el fruto de su labor. Por causa de la obscuridad y
división que había en la iglesia, se abstuvo prudentemente de irritar
a los corintios con tales referencias, por temor de apartar a algunos
enteramente de la verdad. Llamó la atención a su propio trabajo
entre ellos como al de un “perito arquitecto,” que había puesto el
fundamento sobre el cual otros habían edificado. Pero no se ensalzó
por eso; porque declaró: “Nosotros, coadjutores somos de Dios.” No
presumía de tener sabiduría propia, sino que reconocía que sólo el
poder divino lo había capacitado para presentar la verdad de una
manera agradable a Dios. Unido con Cristo, el más grande de todos
los maestros, Pablo había sido capacitado para impartir lecciones de
sabiduría divina, que satisfacían las necesidades de todas las clases,
y que habían de aplicarse a todos los tiempos, en todos los lugares,
y bajo todas las condiciones.