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Los Hechos de los Apóstoles
Satanás está tratando constantemente de provocar desconfian-
za, desunión, malicia entre el pueblo de Dios. Seremos a menudo
tentados a sentir que se pisotean nuestros derechos, aun cuando no
haya causa real para tales sentimientos. Aquellos cuyo amor propio
sea más fuerte que su amor por Cristo y su causa, darán la prima-
cía a sus propios intereses y recurrirán a casi cualquier medio para
protegerlos y conservarlos. Aun muchos que parecen ser cristianos
concienzudos son impedidos por el orgullo y la estima propia de ir
privadamente a aquellos a quienes consideran en error, para hablar
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con ellos con el espíritu de Cristo y orar juntos el uno por el otro. Al
creerse perjudicados por sus hermanos, algunos recurrirán hasta a
un juicio en lugar de seguir la regla del Salvador.
Los cristianos no deberían recurrir a los tribunales civiles para
arreglar las diferencias que puedan levantarse entre los miembros de
la iglesia. Tales diferencias deberían arreglarse entre ellos mismos, o
por la iglesia, de acuerdo con la instrucción de Cristo. Aunque pueda
haberse cometido una injusticia, el seguidor del manso y humilde
Jesús sufrirá que se le defraude antes que exponer al mundo los
pecados de sus hermanos de la iglesia.
Los pleitos entre hermanos son un oprobio para la causa de
la verdad. Los cristianos que recurren a la ley unos contra otros
exponen a la iglesia al ridículo de sus enemigos, y provocan el
triunfo de las potestades de las tinieblas. Hieren de nuevo a Cristo, y
le exponen al vituperio. Al pasar por alto la autoridad de la iglesia,
manifiestan menosprecio por Dios, quien dió autoridad a la iglesia.
En esta carta a los corintios, Pablo se esforzó por mostrarles el
poder de Cristo para guardarlos del mal. Sabía que si cumplieran
con las condiciones expuestas serían revestidos de la fuerza del
Poderoso. Como medio para ayudarles a librarse de la esclavitud
del pecado y perfeccionar la santidad con el temor del Señor, Pablo
les presentó con vehemencia los requerimientos de Aquel a quien
habían dedicado sus vidas cuando se convirtieron. “Sois de Cristo”
(V.M.), declaró. “No sois vuestros.... Comprados sois por precio:
glorificad pues a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los
cuales son de Dios.”
El apóstol bosquejó francamente el resultado de volver de la
vida de pureza y santidad a las prácticas corruptas del paganismo.
“No erréis—escribió,—que ni los fornicarios, ni los idólatras, ni