Página 219 - Los Hechos de los Ap

Basic HTML Version

Amonestación y súplica
215
los adúlteros, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los
maldicientes, ni los robadores, heredarán el reino de Dios.” Les
suplicó que dominaran las bajas pasiones y apetitos. “¿O ignoráis
[248]
que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo—les preguntó,—el
cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios?”
Aunque Pablo poseía elevadas facultades intelectuales, su vi-
da revelaba el poder de una sabiduría aun menos común, que le
daba rapidez de discernimiento y simpatía de corazón, y le ponía
en estrecha comunión con otros, capacitándolo para despertar su
mejor naturaleza e inspirarlos a luchar por una vida más elevada.
Su corazón estaba lleno de ardiente amor por los creyentes corin-
tios. Anhelaba verlos revelar una piedad interior que los fortaleciera
contra la tentación. Sabía que a cada paso del camino cristiano
se les opondría la sinagoga de Satanás, y que tendrían que empe-
ñarse diariamente en conflictos. Tendrían que guardarse contra el
acercamiento furtivo del enemigo, rechazar los viejos hábitos e in-
clinaciones naturales, y velar siempre en oración. Pablo sabía que
las más valiosas conquistas cristianas pueden obtenerse solamente
mediante mucha oración y constante vigilancia, y trató de inculcar
esto en sus mentes. Pero sabía también que en Cristo crucificado se
les ofrecía un poder suficiente para convertir el alma y divinamente
adaptado para permitirles resistir todas las tentaciones al mal. Con
la fe en Dios como su armadura, y con su Palabra como su arma de
guerra, serían provistos de un poder interior que los capacitaría para
desviar los ataques del enemigo.
Los creyentes corintios necesitaban una experiencia más profun-
da en las cosas de Dios. No sabían plenamente lo que significaba
contemplar su gloria y ser cambiados de carácter en carácter. No
habían visto sino los primeros rayos de la aurora de esa gloria. El
deseo de Pablo para con ellos era que pudieran ser henchidos con
toda la plenitud de Dios, que prosiguieran conociendo a Aquel cuya
salida se prepara como la mañana, y continuaran aprendiendo de
él hasta que llegaran a la plenitud del mediodía de una perfecta fe
evangélica.
[249]