Página 221 - Los Hechos de los Ap

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Llamamiento a alcanzar una norma más alta
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vencedor. Si un hombre llegaba a la meta primero valiéndose de
algún recurso ilícito, no se le adjudicaba el premio.
En estas lides se corrían muchos riesgos. Algunos nunca se
reponían del terrible esfuerzo físico. No era raro que los hombres
cayeran en la pista, sangrando por la boca y la nariz, y algunas veces
un contendiente caía muerto cuando estaba a punto de alcanzar el
premio. Pero por amor al honor que se confería al contendiente
que triunfaba, no se consideraba un riesgo demasiado grande la
posibilidad de dañarse por toda la vida o de morir.
Cuando el ganador llegaba a la meta, los aplausos de la vasta
muchedumbre de observadores hendían el aire y repercutían en las
colinas y montañas circundantes. A plena vista de los espectadores,
el juez le otorgaba los emblemas de la victoria: una corona de laurel,
y una palma que había de llevar en la mano derecha. Se cantaba su
alabanza por toda la tierra; sus padres compartían su honor; y aun la
ciudad donde vivía era tenida en alta estima por haber producido tan
grande atleta.
Al referirse a estas carreras como figura de la lucha cristiana,
Pablo recalcó la preparación necesaria para el éxito de los conten-
dientes en la carrera: la disciplina preliminar, el régimen alimen-
ticio abstemio, la necesidad de temperancia. “Y todo aquel que
lucha—declaró,—de todo se abstiene.” Los corredores renunciaban
a toda complacencia que tendería a debilitar las facultades físicas,
y mediante severa y continua disciplina, desarrollaban la fuerza y
resistencia de sus músculos, para que cuando llegase el día del tor-
neo, pudieran exigir el mayor rendimiento a sus facultades. ¡Cuánto
más importante es que el cristiano, cuyos intereses eternos están
en juego, sujete sus apetitos y pasiones a la razón y a la voluntad
de Dios! Nunca debe permitir que su atención sea distraída por las
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diversiones, los lujos o la comodidad. Todos sus hábitos y pasiones
deben estar bajo la más estricta disciplina. La razón, iluminada por
las enseñanzas de la Palabra de Dios y guiada por su Espíritu, debe
conservar las riendas del dominio.
Y después de haber hecho esto, el cristiano debe hacer el mayor
esfuerzo a fin de obtener la victoria. En los juegos de Corinto, los
últimos pocos tramos de los contendientes de la carrera eran hechos
con agonizante esfuerzo por conservar la velocidad. Así el cristiano,