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Los Hechos de los Apóstoles
al acercarse a la meta, avanzará con más celo y determinación que
al principio de su carrera.
Pablo presenta el contraste entre la perecedera guirnalda de lau-
rel recibida por el vencedor de las carreras pedestres, y la corona
de gloria inmortal que recibirá el que corra triunfalmente la carrera
cristiana. “Ellos, a la verdad—declara,—para recibir una corona co-
rruptible; mas nosotros, incorruptible.” Para obtener una recompensa
perecedera, los corredores griegos no escatimaban esfuerzo ni disci-
plina. Nosotros estamos luchando por una recompensa infinitamente
más valiosa, la corona de la vida eterna. ¡Cuánto más cuidadoso de-
bería ser nuestro esfuerzo, cuánto más voluntario nuestro sacrificio
y abnegación!
En la Epístola a los Hebreos se señala el propósito absorbente
que debería caracterizar la carrera cristiana por la vida eterna: “De-
jando todo el peso del pecado que nos rodea, corramos con paciencia
la carrera que nos es propuesta, puestos los ojos en el Autor y con-
sumador de la fe, en Jesús.”
Hebreos 12:1, 2
. La envidia, la malicia,
los malos pensamientos, las malas palabras, la codicia: éstos son
pesos que el cristiano debe deponer para correr con éxito la carrera
de la inmortalidad. Todo hábito o práctica que conduce al pecado o
deshonra a Cristo, debe abandonarse, cualquiera que sea el sacrificio.
La bendición del cielo no puede descender sobre ningún hombre que
viola los eternos principios de la justicia. Un solo pecado acariciado
es suficiente para degradar el carácter y extraviar a otros.
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“Y si tu mano te escandalizare—dijo el Salvador,—córtala: me-
jor te es entrar a la vida manco, que teniendo dos manos ir a la
Gehenna, al fuego que no puede ser apagado.... Y si tu pie te fuere
ocasión de caer, córtalo: mejor te es entrar a la vida cojo, que te-
niendo dos pies ser echado en la Gehenna.”
Marcos 9:43-45
. Si para
salvar el cuerpo de la muerte debería cortarse el pie o la mano, o
hasta sacarse el ojo, ¡cuánto más fervientemente debiera el cristiano
quitar el pecado, que produce muerte al alma!
Los competidores de los antiguos juegos, después de haberse
sometido a la renuncia personal y a rígida disciplina, no estaban
todavía seguros de la victoria. “¿No sabéis que los que corren en
el estadio—preguntó Pablo,—todos a la verdad corren, mas uno
lleva el premio?” Por ansiosa y fervientemente que se esforzaran
los corredores, el premio se adjudicaba a uno solo. Una sola mano