Página 223 - Los Hechos de los Ap

Basic HTML Version

Llamamiento a alcanzar una norma más alta
219
podía tomar la codiciada guirnalda. Alguno podía empeñar el mayor
esfuerzo por obtener el premio, pero cuando estaba por extender la
mano para tomarlo, otro, un instante antes que él, podía llevarse el
codiciado tesoro.
Tal no es el caso en la lucha cristiana. Ninguno que cumpla con
las condiciones se chasqueará al fin de la carrera. Ninguno que sea
ferviente y perseverante dejará de tener éxito. La carrera no es del
veloz, ni la batalla del fuerte. El santo más débil, tanto como el más
fuerte, puede llevar la corona de gloria inmortal. Puede ganarla todo
el que, por el poder de la gracia divina, pone su vida en conformidad
con la voluntad de Cristo. Demasiado a menudo se considera como
asunto sin importancia, demasiado trivial para exigir atención, la
práctica en los detalles de la vida, de los principios sentados en la
Palabra de Dios. Pero en vista del resultado que está en juego, nada
de lo que ayude o estorbe es pequeño. Todo acto pesa en la balanza
que determina la victoria o el fracaso de la vida. La recompensa
dada a los que venzan estará en proporción con la energía y el fervor
con que hayan luchado.
El apóstol se comparó a sí mismo con un hombre que corre una
[253]
carrera empeñando todo nervio en la obtención del premio. “Así que,
yo de esta manera corro—dice,—no como a cosa incierta; de esta
manera peleo, no como quien hiere el aire: antes hiero mi cuerpo, y
lo pongo en servidumbre, no sea que, habiendo predicado a otros,
yo mismo venga a ser reprobado.” Para no correr en forma incierta o
al azar la carrera cristiana, Pablo se sometía a severa preparación.
Las palabras: “Pongo en servidumbre” mi cuerpo, significan lite-
ralmente someter, mediante severa disciplina, los deseos, impulsos
y pasiones. Pablo temía que, habiendo predicado a otros, él mis-
mo fuera reprobado. Comprendía que si no cumplía en su vida los
principios que creía y predicaba, sus labores en favor de otros no
le valdrían de nada. Su conversación, su influencia, su negación a
entregarse a la complacencia propia, debían mostrar que su religión
no era mera profesión, sino una comunión diaria y viva con Dios.
Mantenía siempre delante de sí un blanco, y luchaba ardientemente
por alcanzarlo: “la justicia que es de Dios por la fe.”
Filipenses 3:9
.
Pablo sabía que su lucha contra el mal no terminaría mientras
durara la vida. Siempre comprendía la necesidad de vigilarse se-
veramente, para que los deseos terrenales no se sobrepusieran al